domingo, 5 de septiembre de 2021

Hormiga con Alas

 Cuando empezó el apagón en el barrio, las lámparas de aceite se encendieron aleatoriamente como luciérnagas amarillas que luego languidecen estáticas hasta que se consumen en el silencio de una noche larga y calurosa. Los muchachos salieron y se acomodaron sobre el viejo esqueleto del Chevrolet 57, este cacharro con los neumáticos a blanco y negro, carrocería a dos tonos pintada de crema y azul, es aún el símbolo mudo que grita, desde lo más profundo de la dignidad de una familia que cuelga en las paredes de la casa sombría el retrato del difunto dueño, “que hubo tiempos mejores”.

Una cómplice luna llena permite que dos enamorados caminen abrazados por la calle mientras las fabricantes de rumores ven en la penumbra más de lo que realmente sucede. Al mismo tiempo una jauría de perros tímidos hace vigilia frente a la casa de una meretriz retirada que vive un presente ejemplar.

 Un grupo de niños juega “un do tre pisacolá”. Los más viejos sacan sus mecedoras y observan el juego mientras refrescan sus cuerpos cansados de una vida completa. Una abuela busca en medio de la oscuridad de la noche la hija–nieta a la cual le han crecido los pechos y con ellos las alas de las hormigas.

 El único universitario del barrio llega ebrio a la casa mientras un coro de “Tigüeres” canta desde la acera más alta de la calle una vieja Salsa: "Mataron al negro bembón y solo por un maní". –Un, do, tre pisacolá Tito, dice Fernandito, Los viejos observan callados, uno de los muchachos del Chevrolet 57 habla acerca del equipo de baloncesto de San Carlos y la celebración que hicieron en las Cinco Esquinas, el reloj fluorescente luce muy bonito en su muñeca.

 De repente, una ráfaga de agua sale desde la puerta de la meretriz para los perros en vigilia y luego la puerta se cierra sonoramente. Las fabricantes de rumores cambian de tema cuando pasan los enamorados nuevamente. “Un, do tre pisacolá Ñengo” –dice Fernandito– Ñengo se suma a Tito esperando ser liberado por otro de los amiguitos ocultos en algún lugar. La abuela sigue buscando a la Hija–Nieta que tiene pelo negro, largo y lacio. El coro de “Tigueres”, canta una quinta Salsa: “oh!, que será, que será, que vive murmurando por las esquinas, que está en la fantasía de los infelices…”. 

Un hombre solitario llega a la pieza en donde vive alquilado, no saluda, nadie lo conoce, no tiene rostro.

 Las fabricantes de rumores minimizan el canto de los tigüeres que cantan Salsa con carcajadas de cristal roto. Un viejo se levanta de su mecedora y entra a su casa. El único universitario del barrio duerme en el mueble de la sala de su casa. A los muchachos del Chevrolet 57, se les une un nuevo camarada que es recibido con algarabía al mismo tiempo que saluda a los panas con un encriptado choque de manos. La línea de luz en la hendija de la puerta de madera de la meretriz se apaga. 

Un, do, tre, pisacolá Alex, dice Fernandito, Alex se suma a Tito y Ñengo que esperan agarrados del poste de luz a un libertador mientras los enamorados conversan en la galería de la casa de ella. La abuela no encuentra a la Hija–Nieta que tiene ojos negros y grandes. 

El coro de “Tigüeres”, canta una octava Salsa: “Como recuerdo el día en que naciste, lloraste como el condenado inocente, en poco tiempo...”. Otra lámpara se apaga y las fabricantes de rumores notaron a la abuela, los muchachos del Chevrolet 57, deciden moverse a otra calle y se marchan por la calle oscura que solo la luna alumbra. 

Un hombre llama a su hijo y Fernandito dice: Un, do, tre, pisacolá Eduard. Eduard atiende el llamado del hombre sin unirse a Tito, Ñengo y Alex, que aún esperan mientras Fernandito mira por todas partes atento a que uno de los escondidos no salga y le patee la latita liberando a Tito, Ñengo y Alex. Ahora los “Tigüeres” mientras se alejan cantan menos enérgicos: "Casanova, tus bailas muy bien la salsa, Casanova y cantas también opera ", en medio de la oscuridad de la calle una sombra veloz sale y patea una lata, todos los escondidos salen saltando y gritando libertad, libertad, libertad, los viejos ríen y vociferan, los “Tigüeres” siguen cantando, los enamorados se despiden y las fabricantes de rumores están atentas al beso de despedida. 

La abuela encontró a su Hija–Nieta, sonrojada, con las mejillas rosadas y la piel erizada, en medio de la desgracia venidera, porque se ha perdido su hormiga, la abuela le pide a Dios todo poderoso, invadida por sentimientos de culpa, decepción y cansancio que esta vez no llene el vientre de su Hija-Nieta con un nieto–bisnieto-hijo.


miércoles, 7 de julio de 2021

La Pollita perfecta

 


                                            Por Jesús W. Del Carpio S.  6 de julio 2021 

La gallina aletea, y con la brisa levanta escombros, polvo y aserrín de la tierra firme, cloquea incesantemente al mundo que dejó de ser pollita, gracias a la maravilla de su maternidad; se pueden ver bajo la luz de un día primaveral, cuatro óvalos impecables recostados sobre el lecho de paja que ella misma construyó, picazo a picazo, paso a paso, sobre la tierra, lejos de las manos que diezman el producto de las aves de corral; corre entre pasto y maleza, entre laguna y tronco podrido, no repara en orugas, lombrices o semillas, sino que se concentra en lo que es, siente y vive, por eso cacarea; deja trillos con su andar, un laberinto para confundir a quien busque los frutos de su útero, para que no encuentre.

El instinto de madre, más fuerte que el miedo, la arrastra de vuelta a sus retoños. Corre mientras su cuello va a ras con la tierra, patas abiertas, casi vuela. Alguien ha roto el orden del catre. Huele a ruina. Luce como si el sol hubiera desprendido sangre y pintara de amarillo los charamicos que entretejió meticulosamente, que ahora no son más que restos y despojos. Al perro Kaki no le han quemado la boca, por lo que comer huevos y destruir nidos sigue siendo su pasatiempo. ¡Kaki desconsiderado! La gallina, engrifada, llega y lo picotea. La escena se torna en una nube indescifrable de pelos, plumas y polvo. El huye desorientado, como quien ha perdido una parte de sí, dejando a su paso un rastro serpenteante y rojizo. Ella agoniza sobre el desorden, sintiendo dolor en sus patas, como rotas, notando huesos donde no corresponde. Hay caos. Es naturaleza, entre crueldad y belleza.

Rabia. Locura. Negación. Melancolía. Aceptación. Así transcurrieron los días. 

Ya es verano, Kaki se aparta del trayecto del ave, se retuerce para buscar un ángulo donde no la pierda de vista, sin dar la espalda. La mira de lejos, con respeto y de reojo, con su único ojo. Ya no come huevos, los últimos le costaron un lado de su mirada. Ella, coja, se detiene para cubrir con sus alas su nueva camada. Y ellos, los vecinos, visitan para ver si son sólo cábalas el cuento de la pollita perfecta que al hacerse gallina le crecieron espuelas para defender la sangre de su sangre.


 (Redactado con el propósito de ilustrarle a un joven estudiante, que puede haber párrafos largos de una sola oración, y oraciones tan cortas como una palabra).