Cuando empezó el apagón en el barrio, las
lámparas de aceite se encendieron aleatoriamente como luciérnagas amarillas que
luego languidecen estáticas hasta que se consumen en el silencio de una noche
larga y calurosa. Los muchachos salieron y se acomodaron sobre el viejo
esqueleto del Chevrolet 57, este cacharro con los neumáticos a blanco y negro,
carrocería a dos tonos pintada de crema y azul, es aún el símbolo mudo que
grita, desde lo más profundo de la dignidad de una familia que cuelga en las
paredes de la casa sombría el retrato del difunto dueño, “que hubo tiempos
mejores”.
Una cómplice luna llena permite que dos enamorados
caminen abrazados por la calle mientras las fabricantes de rumores ven en la
penumbra más de lo que realmente sucede. Al mismo tiempo una jauría de
perros tímidos hace vigilia frente a la casa de una meretriz retirada que
vive un presente ejemplar.
Un hombre solitario llega a la pieza en donde vive alquilado, no saluda, nadie lo conoce, no tiene rostro.
Las fabricantes de rumores minimizan el canto de los tigüeres que cantan Salsa con carcajadas de cristal roto. Un viejo se levanta de su mecedora y entra a su casa. El único universitario del barrio duerme en el mueble de la sala de su casa. A los muchachos del Chevrolet 57, se les une un nuevo camarada que es recibido con algarabía al mismo tiempo que saluda a los panas con un encriptado choque de manos. La línea de luz en la hendija de la puerta de madera de la meretriz se apaga.
Un, do, tre, pisacolá Alex, dice Fernandito, Alex se suma a Tito y Ñengo que esperan agarrados del poste de luz a un libertador mientras los enamorados conversan en la galería de la casa de ella. La abuela no encuentra a la Hija–Nieta que tiene ojos negros y grandes.
El coro de “Tigüeres”, canta una octava Salsa: “Como recuerdo el día en que naciste, lloraste como el condenado inocente, en poco tiempo...”. Otra lámpara se apaga y las fabricantes de rumores notaron a la abuela, los muchachos del Chevrolet 57, deciden moverse a otra calle y se marchan por la calle oscura que solo la luna alumbra.
Un hombre llama a su hijo y Fernandito dice: Un, do, tre, pisacolá Eduard. Eduard atiende el llamado del hombre sin unirse a Tito, Ñengo y Alex, que aún esperan mientras Fernandito mira por todas partes atento a que uno de los escondidos no salga y le patee la latita liberando a Tito, Ñengo y Alex. Ahora los “Tigüeres” mientras se alejan cantan menos enérgicos: "Casanova, tus bailas muy bien la salsa, Casanova y cantas también opera ", en medio de la oscuridad de la calle una sombra veloz sale y patea una lata, todos los escondidos salen saltando y gritando libertad, libertad, libertad, los viejos ríen y vociferan, los “Tigüeres” siguen cantando, los enamorados se despiden y las fabricantes de rumores están atentas al beso de despedida.
La abuela
encontró a su Hija–Nieta, sonrojada, con las mejillas rosadas y la piel erizada, en
medio de la desgracia venidera, porque se ha perdido su hormiga, la abuela le
pide a Dios todo poderoso, invadida por sentimientos de culpa, decepción y
cansancio que esta vez no llene el vientre de su Hija-Nieta con un nieto–bisnieto-hijo.