(Basado en un hecho real).
Por: Jesús Waldeltrudis Del Carpio Santana
Cocolito salió corriendo de su casa dejando atrás el grito de doña Najita: "¡YO TE AGARRO AHORITA, PUÑETERO!". La puerta de madera desvencijada se estrelló tras él, después de un largo crujido que delataba el desnivel de sus bisagras y el óxido que las adornaba. El niño creía que huía de su abuela, a quien había sacado de sus cabales, pero en verdad se alejaba de la vara de naranjo que ella solía desflecar sobre los cueros de sus piernas y que él trataba de esquivar dando brinquitos.
Pasó por la tienda de su padre a pedir las bendiciones y un chele con el que compraría un "palito latigoso". Ya con el ritmo cardíaco estable, caminaba o saltaba en dirección a recibir el pan de la enseñanza. En el trayecto se divirtió pateando una lata vieja o simulando con sus dedos un gigante que corría sobre las paredes.
Sin nada que cargar, más que su imaginación, pasó por la ebanistería del viejo Evaristo a recolectar desechos, pequeños pedazos de madera, que por su forma y cortes perfectos le parecieran útiles: cilindros, triángulos y rectángulos. Ya fuera para usarlos en su parché de cartón, para construir una patineta de madera o cualquier otro uso, quién sabe, la simetría de sus formas le decía que para algo debían servir. Los agregaría a su colección de objetos de valor: peronilas, semillas de zapote, una algarroba, 24 clavos viejos, tres cajas de bola, caracoles y un coral muerto. Los guardaría en su cofre, aquel viejo recipiente redondo de metal oxidado que su abuela había desechado, que una vez fue repositorio de hilos y agujas, y que antes había sido una de las pocas latas de galletas danesas que llegaron al pueblo para las navidades.
Finalmente llegó a la esquina de la Escuela Hogar #33, conocida también como la escuela de doña Natalia. Una de la pocas calles asfaltadas del pueblo daba acceso a la vieja casa hecha de tablas de palma y cana que alojaba la fuente de alfabetización. Cocolito llegó al patio con sus bolsillos cargados de madera, cinco canicas y un "bon", despertando la envidia de sus compañeros. Entró al único salón de clases que había, donde se mezclaban niños de primero hasta tercer grado. Sentado sobre un pupitre marrón de dos asientos, se le podía ver escribir "Mi mamá me mima. Yo amo mi mamá."; o dejar plasmada la evidencia de que "2 + 2 = 4".
En medio de su afán escolar fue atacado por borborigmos que alertaban una posible visita a la letrina. La frecuencia e intensidad de estos ruidos intestinales fueron aumentando hasta que el dolor le forzó a salir rápidamente del salón. Cruzó el patio pisando piedras y malezas, hacia el fondo, donde se divisaba una vieja y destartalada casucha con paredes y techo de zinc. Sus colores estaban recubiertos de aquel ocre, a veces anaranjado, a veces rojizo, que resulta de la lluvia, el inclemente sol tropical, el tiempo y la maldita pobreza de un país saqueado.
Entró rápidamente, se despojó de sus pantalones y se puso en cuclillas sobre la bacineta casi rebosada de aquella materia maloliente que prefiero no describir. Hizo su descarga mientras observaba la pared destartalada y un frondoso árbol de ponceré que se alcanzaba a ver a través del medio techo descubierto. Su paz fue arrebatada por el golpe de una semilla de esa fruta. Tras esa, otra, y otra, y otra, tac-tac-tac-tac, exacerbándolo. Se incorporó para investigar, viendo a través de una hendija que dos individuos le atacaban.
- ¡Ay coooño, pero si son Nenito y Basilito! Se dijo a sí mismo.
Pensó que desde allí adentro podría dispararle con su tirapiedras o con el rifle de grapas que hizo de madera y goma, si los tuviera a mano. Buscó desesperadamente algo con qué atacar y divisó medio palo de escoba que podría usar como arma de corto alcance. Armó su estrategia, abriría la puerta de repente con el brazo izquierdo y atacaría con el derecho.
Así lo hizo, contó: 1, 2 y 3. Con ímpetu, abrió la puerta, tiró un primer zarpazo en diagonal de derecha a izquierda. Aprovechó el impulso para lanzar otro de izquierda a derecha, formando una "X" en el aire. Del palo se desprendieron y viajaron por el aire como ráfaga de magma, chorros de materia fecal que Cocolito había recogido al sumergir el palo en el hoyo de la letrina. Esta empapó ropa, cabello, cara y zapatos de sus agresores. Como lo que va viene, lo que sube baja y el karma cae, el mismo angelito, Cocolito, quedó embadurnado de ese betún cobrizo.
Las consecuencias no se hicieron esperar, pesó más el embarre, que los golpes de las semillas. Las dos víctimas fueron despachadas a sus casas y regresaron remozadas, mientras Cocolito fue puesto de castigo contra la pared en el aula, entre moscas y malos olores.
En un acto comparable sólo a las prácticas montessorianas, para encausar por el bien esas mentes incipientes, dos de ellos fueron presentados frente a los alumnos. Estando la maestra en el centro, Cocolito a su izquierda espantándose las moscas, y Nenito a su derecha, esta preguntó a sus estudiantes con voz enérgica, alta e impostada; en resumen, con voz de político en campaña:
- ¿CÓMO ESTÁ NENIIITOOO?, señalando al niño de la derecha con ambas manos.
Cual poesía coreada, todos respondieron: ¡PERFUMAAADOOO!
- ¿Y CÓMO ESTÁ COCOLIIITOOO?, señalando al otro niño.
De igual forma vociferaron: ¡JEDIONDIIITOOO!
Este intercambio fue repetido varias veces tratando de quebrar la soberbia visible en el rostro de Cocolito, lo cual fue inútil.
Jediondito quedó Cocolito hasta la hora de salida, cuando se fue a casa con los retazos de madera, las canicas y su bon. Conservaba en sus adentros la satisfacción de haber vengado el no poder obrar en paz en la letrina. Caminando orondo y despreocupado, desanduvo lo recorrido en la mañana. Al entrar a su casa sintió que cinco argollas abrazaban firmemente su muñeca izquierda y escuchó una voz que le dijo: “Tú tienes un asunto pendiente conmigo…”.
Sin nada que cargar, más que su imaginación, pasó por la ebanistería del viejo Evaristo a recolectar desechos, pequeños pedazos de madera, que por su forma y cortes perfectos le parecieran útiles: cilindros, triángulos y rectángulos. Ya fuera para usarlos en su parché de cartón, para construir una patineta de madera o cualquier otro uso, quién sabe, la simetría de sus formas le decía que para algo debían servir. Los agregaría a su colección de objetos de valor: peronilas, semillas de zapote, una algarroba, 24 clavos viejos, tres cajas de bola, caracoles y un coral muerto. Los guardaría en su cofre, aquel viejo recipiente redondo de metal oxidado que su abuela había desechado, que una vez fue repositorio de hilos y agujas, y que antes había sido una de las pocas latas de galletas danesas que llegaron al pueblo para las navidades.
Finalmente llegó a la esquina de la Escuela Hogar #33, conocida también como la escuela de doña Natalia. Una de la pocas calles asfaltadas del pueblo daba acceso a la vieja casa hecha de tablas de palma y cana que alojaba la fuente de alfabetización. Cocolito llegó al patio con sus bolsillos cargados de madera, cinco canicas y un "bon", despertando la envidia de sus compañeros. Entró al único salón de clases que había, donde se mezclaban niños de primero hasta tercer grado. Sentado sobre un pupitre marrón de dos asientos, se le podía ver escribir "Mi mamá me mima. Yo amo mi mamá."; o dejar plasmada la evidencia de que "2 + 2 = 4".
En medio de su afán escolar fue atacado por borborigmos que alertaban una posible visita a la letrina. La frecuencia e intensidad de estos ruidos intestinales fueron aumentando hasta que el dolor le forzó a salir rápidamente del salón. Cruzó el patio pisando piedras y malezas, hacia el fondo, donde se divisaba una vieja y destartalada casucha con paredes y techo de zinc. Sus colores estaban recubiertos de aquel ocre, a veces anaranjado, a veces rojizo, que resulta de la lluvia, el inclemente sol tropical, el tiempo y la maldita pobreza de un país saqueado.
Entró rápidamente, se despojó de sus pantalones y se puso en cuclillas sobre la bacineta casi rebosada de aquella materia maloliente que prefiero no describir. Hizo su descarga mientras observaba la pared destartalada y un frondoso árbol de ponceré que se alcanzaba a ver a través del medio techo descubierto. Su paz fue arrebatada por el golpe de una semilla de esa fruta. Tras esa, otra, y otra, y otra, tac-tac-tac-tac, exacerbándolo. Se incorporó para investigar, viendo a través de una hendija que dos individuos le atacaban.
- ¡Ay coooño, pero si son Nenito y Basilito! Se dijo a sí mismo.
Pensó que desde allí adentro podría dispararle con su tirapiedras o con el rifle de grapas que hizo de madera y goma, si los tuviera a mano. Buscó desesperadamente algo con qué atacar y divisó medio palo de escoba que podría usar como arma de corto alcance. Armó su estrategia, abriría la puerta de repente con el brazo izquierdo y atacaría con el derecho.
Así lo hizo, contó: 1, 2 y 3. Con ímpetu, abrió la puerta, tiró un primer zarpazo en diagonal de derecha a izquierda. Aprovechó el impulso para lanzar otro de izquierda a derecha, formando una "X" en el aire. Del palo se desprendieron y viajaron por el aire como ráfaga de magma, chorros de materia fecal que Cocolito había recogido al sumergir el palo en el hoyo de la letrina. Esta empapó ropa, cabello, cara y zapatos de sus agresores. Como lo que va viene, lo que sube baja y el karma cae, el mismo angelito, Cocolito, quedó embadurnado de ese betún cobrizo.
Las consecuencias no se hicieron esperar, pesó más el embarre, que los golpes de las semillas. Las dos víctimas fueron despachadas a sus casas y regresaron remozadas, mientras Cocolito fue puesto de castigo contra la pared en el aula, entre moscas y malos olores.
En un acto comparable sólo a las prácticas montessorianas, para encausar por el bien esas mentes incipientes, dos de ellos fueron presentados frente a los alumnos. Estando la maestra en el centro, Cocolito a su izquierda espantándose las moscas, y Nenito a su derecha, esta preguntó a sus estudiantes con voz enérgica, alta e impostada; en resumen, con voz de político en campaña:
- ¿CÓMO ESTÁ NENIIITOOO?, señalando al niño de la derecha con ambas manos.
Cual poesía coreada, todos respondieron: ¡PERFUMAAADOOO!
- ¿Y CÓMO ESTÁ COCOLIIITOOO?, señalando al otro niño.
De igual forma vociferaron: ¡JEDIONDIIITOOO!
Este intercambio fue repetido varias veces tratando de quebrar la soberbia visible en el rostro de Cocolito, lo cual fue inútil.
Jediondito quedó Cocolito hasta la hora de salida, cuando se fue a casa con los retazos de madera, las canicas y su bon. Conservaba en sus adentros la satisfacción de haber vengado el no poder obrar en paz en la letrina. Caminando orondo y despreocupado, desanduvo lo recorrido en la mañana. Al entrar a su casa sintió que cinco argollas abrazaban firmemente su muñeca izquierda y escuchó una voz que le dijo: “Tú tienes un asunto pendiente conmigo…”.
Así fue ese angelito a practicar la danza del ramo de naranjo y pedir clemencia: ¡GUAY, NO ME DE', NO ME DE', NO ME DE'! ¡NO AGUELA, NO ME DE', NO ME DE'!...------------------------
La escuela de Doña Natalia, ubicada en la calle Remigio Del Castillo esquina Pedro Livio Cedeño y dirigida por doña Natalia Blanco, fue casa de alfabetización para más de una generación de higueyanos, siendo recordada con nostalgia, a pesar de las precariedades con que operaba. La recuerdo pintada de azul, con sus postes de madera cansados y encorvados por el transcurrir de los años, dando paso a cada nueva escuela que surgía y que lentamente la desangraba.
Bon. Los muchachos de mi época le llamaban así a las canicas más grandes, que eran lanzadas a las de tamaño regular. Un bon era al juego de bolas (canicas) lo que es la bola blanca al billar.
La escuela de Doña Natalia, ubicada en la calle Remigio Del Castillo esquina Pedro Livio Cedeño y dirigida por doña Natalia Blanco, fue casa de alfabetización para más de una generación de higueyanos, siendo recordada con nostalgia, a pesar de las precariedades con que operaba. La recuerdo pintada de azul, con sus postes de madera cansados y encorvados por el transcurrir de los años, dando paso a cada nueva escuela que surgía y que lentamente la desangraba.
Bon. Los muchachos de mi época le llamaban así a las canicas más grandes, que eran lanzadas a las de tamaño regular. Un bon era al juego de bolas (canicas) lo que es la bola blanca al billar.
Aunque provoca releerlo, lo leí de un tirón y lo disfruté con evocaciones de mi niñez, donde también compartí muchas de las experiencias que relatas...
ResponderEliminarCreo que cada uno de nuestra generación vivió alguna situación similar. Por eso, quizás, te sientes identificado.
Eliminarmi Caché querido, estos cuentos son una joya, debe compilarlos todos en un libro hermano...que fino tejedor de recuerdos es usted, siga publicando por favor!!
ResponderEliminarGracias, caché! Sigamos recopilando buenas historia para ver si llegamos a armar un libro eventualmente.
EliminarTremendo mi compadre querido ... tremendo ...jejejejeje
ResponderEliminarGracias, compa! Qué bueno que le gustó.
EliminarSimplemente genial, me encanta la forma en que describes la realidad con ese aire de poesía. lo disfrute mucho.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarWeeepa!,Chucho,pero que cohincidencia. A mi tambien me paso un caso en esa escuelita que implicaba embarre de pupu pero no fue en la letrinita esa que muy bien me recuerdo pegada a la mata de poncere como tu dices . Resulta que desde pequeño he sido muy , pero muy timido y estando a mitad de clase me comenzo a doler la barriga pero yo le tenia mucho miedo a Doña Natalia por lo que decidi aguantarme hasta el final pero llego un momento que no aguante y ahi mismo rodo por mis pantalones largos de kaki aquel caño.. producto de una diarrea que estaba padeciendo en esos dias .Ayyy!, Para que fue eso. Esa Leona se dio cuenta por el mal olor y las moscas
ResponderEliminary fue a mi pupitre y me regaño por no pedir permiso , pero no me cayo a reglazos como hacia con lovotros vompañeros cuando se portaban mal y me mando para la casa con mi hermano,Yuyi, que estaba un curso mas adelantado que yo pero juntos , porque asi era ,exactamente, como dices en tu relato. Ayyy!, ¿Para que fue eso?, pues, a ,Yuyi, le dio tanta verguenza que me agaro por un brazo y me saco , por una de las puertas, a patadas y empujones y siguio asi hasta llegar a mi casa que quedaba unas pocas cuadras. __Gracias, mi hermano, por revivir tantas vivencias y te felicito por tu excelente narrativa .Enhorabuena