Por Jesús W. Del Carpio S. 6 de julio 2021
La gallina aletea, y con la brisa levanta escombros, polvo y aserrín de la tierra firme, cloquea incesantemente al mundo que dejó de ser pollita, gracias a la maravilla de su maternidad; se pueden ver bajo la luz de un día primaveral, cuatro óvalos impecables recostados sobre el lecho de paja que ella misma construyó, picazo a picazo, paso a paso, sobre la tierra, lejos de las manos que diezman el producto de las aves de corral; corre entre pasto y maleza, entre laguna y tronco podrido, no repara en orugas, lombrices o semillas, sino que se concentra en lo que es, siente y vive, por eso cacarea; deja trillos con su andar, un laberinto para confundir a quien busque los frutos de su útero, para que no encuentre.
El instinto de madre, más fuerte que el miedo, la arrastra de vuelta a sus retoños. Corre mientras su cuello va a ras con la tierra, patas abiertas, casi vuela. Alguien ha roto el orden del catre. Huele a ruina. Luce como si el sol hubiera desprendido sangre y pintara de amarillo los charamicos que entretejió meticulosamente, que ahora no son más que restos y despojos. Al perro Kaki no le han quemado la boca, por lo que comer huevos y destruir nidos sigue siendo su pasatiempo. ¡Kaki desconsiderado! La gallina, engrifada, llega y lo picotea. La escena se torna en una nube indescifrable de pelos, plumas y polvo. El huye desorientado, como quien ha perdido una parte de sí, dejando a su paso un rastro serpenteante y rojizo. Ella agoniza sobre el desorden, sintiendo dolor en sus patas, como rotas, notando huesos donde no corresponde. Hay caos. Es naturaleza, entre crueldad y belleza.
Rabia. Locura. Negación. Melancolía. Aceptación. Así transcurrieron los días.
Ya es verano, Kaki se aparta del trayecto del ave, se retuerce para buscar un ángulo donde no la pierda de vista, sin dar la espalda. La mira de lejos, con respeto y de reojo, con su único ojo. Ya no come huevos, los últimos le costaron un lado de su mirada. Ella, coja, se detiene para cubrir con sus alas su nueva camada. Y ellos, los vecinos, visitan para ver si son sólo cábalas el cuento de la pollita perfecta que al hacerse gallina le crecieron espuelas para defender la sangre de su sangre.
(Redactado con el propósito de ilustrarle a un joven estudiante, que puede haber párrafos largos de una sola oración, y oraciones tan cortas como una palabra).