Mi amiga la profe casi sucumbía al deseo de darle
una galleta a ese carajito mal educado, malapalabroso y abusador, sus años de
estudios en el magisterio, sus tantos cursillos en la ADP y experiencia de
décadas no habían podido cambiar del todo los valores que marcan su
personalidad y edifican su forma de actuar; los muchachos respetan a los
mayores y no dicen malas palabras, pero ya no son así, se detenía y pensaba,
visualizaba el día que le llegaría su pensión dejaría de lidiar con todo, sus
compañeros, los carajitos y sobretodo con los padres de esos embriones de
delincuentes.
Así fue que entendí porque casi entre lágrimas me
decía que había perdido su vocación y que prefería tener una escuelita ratonera
y alfabetizar con el libro nacho a niños del barrio que ser parte de las
escuelas de tanda extendida con computadoras en donde ya no hay una escuela, sí
no un plantel, en donde los muchachos amenazan los profesores y donde hay que
pasarlos “obligao”.
Me extrañe mucho de su brote filosófico y esa catarsis
inesperada, así que me centré en solo escucharla y notar cada palabra, cada
cambio en la inflexión de su voz, cada respiro, ya una vez aliviada por su
aligerante confesión se desdobló de su yo interior y mostró nuevamente la
coraza de la profe, me miró fijamente y por unos segundos callamos, entendí que
quería decir eso hace tiempo y había encontrado la oportunidad de expresarlo
aunque no sea a quien realmente se lo merecía, luego respiró profundamente y me
dijo, no todo está perdido, pero mi tiempo como maestra está acabando.
Le pregunté, ¿te rendiste?, me respondió, –No,
entendí, entendí que ya no soy parte del sistema, que puedo cambiar pero dejaré
de ser yo, dejo el plantel pero no la enseñanza.
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