Antes de llamarme Manchas, no tenía nombre,
solo vagaba por las calles y a diferencia de las fabulas de Esopo mi vida no
era total libertad y hacer lo que venga en ganas, tenía que luchar por vivir,
pelear, pasar frio y hambre; además de eso aguantar y esperar no morir o a
veces para que por fin mi sufrimiento pare, esperar morir cuando tenía alguna
enfermedad, no anhelaba más nada que poder vivir un día más.
Yo era un realengo, uno de esos que le corren a
piedras invisibles y no tienen suficiente razones para ladrar, a parte del
hambre, el olor afrodisiaco de una hembra en celo era lo único que me movía y
casi siempre terminaba como un triste espectador de la suerte de los más
fuertes, ¿qué diferencia había entre estar castrado y no poder?, pues mucha, el
castrado no le importa, el que no puede, quiere, pero perdió la fiera pelea por
el “derecho” a aparearse; parece que he olvidado algunas cosas de esos tiempos,
pero he aprendido otras, yo corrí con suerte, pero que mi historia no te haga
pensar que aún no hay miles como era yo, y quisiera que no, quisiera que hoy
fueran Perricientos.
Espera, Perriciento?, no es Machas tu nombre?
Bueno si, Machas el Perriciento, porque parece que
la historia de la Cenicienta no solo es a princesas en cuentos de hadas, también sucede
en la vida real, como me pasó a mí y aunque no parezca tenemos sueños y anhelos
aunque la dura vida nos haga ponerlos a un lado.
El día más trascendente de mi vida estaba
asustado, aterrado y quería correr; si, correr por mi vida pero si algo un
realengo aprende rápido es a oler la maldad, la crueldad y huir de ella, no
importa si estás herido, corres y escapas, pero ese día no corrí ante el hombre
que se paró y me dejó algo de comer, no era veneno como le pasó a un compañero,
pude ver desde lejos niños en el vehículo del cual bajó para traerme algo de
comer, olí la comida y con desconfianza probé un bocado, vi niños alegres en el
vehículo porque yo comía y también vi los ojos de hombre que me alimentaba, no
habló, no dijo nada, solo me miró, su mirada parecía agradecida de que haya
confiado en él, luego se fue.
Mis días siguieron y el hombre pasaba y me
dejaba algo de comer, sé que no eran sobras, me compraba comida y yo a veces la
compartía, otras veces no, solo los que han sentido hambre al punto de morir
podrán entender.
Ese día llegó el hombre y como si nos
entendiéramos, se paró frente a mí, no tenía nada en sus manos, solo abrió la
compuerta de su camioneta y tocó con su mano me invitó a entrar, no me despedí
porque no había de quién, subí y llegué a la casa en donde estaban los niños
del vehículo, dos niñas, un niño y mi segunda dueña.
Te parecerá mentira pero es real, me llevaron a
al doctor, le dicen veterinario, un baño te hace cambiar, quedé como nunca, luego
vitaminas, desparasitación, vacunas y una escuela, si aunque no lo creas, una
escuela, pero lo más importante que es tengo un hogar y todavía más importante he recibido abrazos,
cariño y todavía más importante, la certeza de que tengo una familia.
Ya no es como antes que no tenía nombre y solo
vagaba por las calles ahora anhelo más que vivir un día más, anhelo muchas cosas
y la principal es que existan más personas como Aroldo y su familia para que
hayan muchos más Perricientos.
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