miércoles, 13 de mayo de 2020

Manchas



Antes de llamarme Manchas, no tenía nombre, solo vagaba por las calles y a diferencia de las fabulas de Esopo mi vida no era total libertad y hacer lo que venga en ganas, tenía que luchar por vivir, pelear, pasar frio y hambre; además de eso aguantar y esperar no morir o a veces para que por fin mi sufrimiento pare, esperar morir cuando tenía alguna enfermedad, no anhelaba más nada que poder vivir un día más.

Yo era un realengo, uno de esos que le corren a piedras invisibles y no tienen suficiente razones para ladrar, a parte del hambre, el olor afrodisiaco de una hembra en celo era lo único que me movía y casi siempre terminaba como un triste espectador de la suerte de los más fuertes, ¿qué diferencia había entre estar castrado y no poder?, pues mucha, el castrado no le importa, el que no puede, quiere, pero perdió la fiera pelea por el “derecho” a aparearse; parece que he olvidado algunas cosas de esos tiempos, pero he aprendido otras, yo corrí con suerte, pero que mi historia no te haga pensar que aún no hay miles como era yo, y quisiera que no, quisiera que hoy fueran Perricientos. 

Espera, Perriciento?, no es Machas tu nombre?

Bueno si, Machas el Perriciento, porque parece que la historia de la Cenicienta no solo es a princesas en cuentos de hadas, también sucede en la vida real, como me pasó a mí y aunque no parezca tenemos sueños y anhelos aunque la dura vida nos haga ponerlos a un lado.

El día más trascendente de mi vida estaba asustado, aterrado y quería correr; si, correr por mi vida pero si algo un realengo aprende rápido es a oler la maldad, la crueldad y huir de ella, no importa si estás herido, corres y escapas, pero ese día no corrí ante el hombre que se paró y me dejó algo de comer, no era veneno como le pasó a un compañero, pude ver desde lejos niños en el vehículo del cual bajó para traerme algo de comer, olí la comida y con desconfianza probé un bocado, vi niños alegres en el vehículo porque yo comía y también vi los ojos de hombre que me alimentaba, no habló, no dijo nada, solo me miró, su mirada parecía agradecida de que haya confiado en él, luego se fue.
Mis días siguieron y el hombre pasaba y me dejaba algo de comer, sé que no eran sobras, me compraba comida y yo a veces la compartía, otras veces no, solo los que han sentido hambre al punto de morir podrán entender.

Ese día llegó el hombre y como si nos entendiéramos, se paró frente a mí, no tenía nada en sus manos, solo abrió la compuerta de su camioneta y tocó con su mano me invitó a entrar, no me despedí porque no había de quién, subí y llegué a la casa en donde estaban los niños del vehículo, dos niñas, un niño y mi segunda dueña.

Te parecerá mentira pero es real, me llevaron a al doctor, le dicen veterinario, un baño te hace cambiar, quedé como nunca, luego vitaminas, desparasitación, vacunas y una escuela, si aunque no lo creas, una escuela, pero lo más importante que es tengo un hogar y  todavía más importante he recibido abrazos, cariño y todavía más importante, la certeza de que tengo una familia.
Ya no es como antes que no tenía nombre y solo vagaba por las calles ahora anhelo más que vivir un día más, anhelo muchas cosas y la principal es que existan más personas como Aroldo y su familia para que hayan muchos más Perricientos.

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