Marrón, como el café que se
enfría en la mesa del olvido; chamuscado, como los sueños que se queman al sol
del mediodía sin sombra. Con bochornos que huelen a pobreza sin esperanza, ese
patio era testigo de risas que no alcanzaban a ser carcajadas y de silencios
que gritaban resignación y una triste pero clara convicción de que no hay más
que hacer que esperar. Esperar que Dios envíe lo que otros no se atreven a
buscar. Porque aquí, la fe es la moneda de cambio, y la acción, un lujo que
pocos pueden darse.
La felicidad, esa vecina que
se asoma por la verja, dejaba su risa en el aire antes de marcharse con los que
decidían irse. Porque la felicidad, es interesada y selectiva; solo se ríe con
los atrevidos, con los que empacan sus miedos y salen a buscar la promesa de la
provisión.
Y así, el patio seguía ahí,
marrón y chamuscado, se fue llenando de fantasmas que alimentaban un visceral
rencor de los que se quedaban y mataba con el eterno olvido para siempre a quien se atreviera a
cruzar la verja y reclamar lo que siempre estuvo destinado a ser suyo.
Excelente, como todo lo que escribes
ResponderEliminarHermoso
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