Por Jesús W. Del Carpio S.
Basado en la entrevista que le hiciera Junior Cabrera a Pochy Familia, publicada en el canal de Youtube "10 Preguntas" en febrero de 2022: https://www.youtube.com/watch?v=kpS1v_ES6MM&t=774s.

Ilustración: Mónica Rodríguez
Un domingo como cualquier otro, Pochy Familia recibió de Ramón Rodríguez la melodía y letras de lo que más tarde se convertiría en la icónica canción Salsa con Coco. Pochy, dominicano, compositor, productor, cantante, arreglista y líder de La Coco Band, ya era exitoso en la industria de la música por haber popularizado el subgénero de merengue que conocemos como Merengue de Calle o Merengue Refranero. Se conocían de él La Flaca, La Faldita, El Boche y muchos más. Ramón Rodríguez, por su parte, es un compositor boricua, líder del Conjunto Clásico, banda con la que logró los éxitos De Patitas (en voz de Rafael de Jesús) y Señora Ley (cantando Tito Nieves).
A Pochy le gustó la composición instantáneamente, y sin perder tiempo tomó un vuelo a Nueva York para encontrarse con Ramón y Amable Valenzuela. Este último, empresario artístico que había sido el enlace casual entre ellos dos.
Estando en la gran manzana, Pochy le encargó al músico dominicano Bertico Sosa hacer el arreglo. Bertico fue un multi instrumentista, arreglista, líder de banda, y sobre todo portador de sentido y gusto musical exquisitos; responsable de ataviar el cancionero dominicano con vestimentas de boleros, baladas, merengues, sones, salsas, entre otros. Pochy le había dado los pormenores de lo que quería en el arreglo musical; sin embargo, cuando escuchó la canción grabada, se sintió insatisfecho con el resultado.
Ante esta situación, Ramón Rodríguez recomendó a Ricky González, productor, compositor, pianista de origen dominicano y hacedor de arreglos para estrellas como Ray Barretto, Celia Cruz y Willlie Colón. Cuando fueron al estudio a grabar y Pochy escuchó el arreglo, respondió que “no es eso”; es decir, no era eso lo que andaba buscando. Surgió el debate de si estaba bien o mal hecho. El problema no era que estuviera de una u otro manera, simplemente no encajaba en la visión que tenía Pochy, quien buscaba sonidos, colores, fusiones y patrones inusuales en el ritmo de salsa. No bastó que Pochy explicara en detalle lo que perseguía, nadie en el estudio de grabación logró transformar en música lo que Pochy había verbalizado.
El tercer arreglo lo haría un arreglista que había musicalizado salsas para El Conjunto Clásico. Se hizo, y Pochy tampoco estuvo satisfecho con el resultado. Los músicos que estaban allí, y que probablemente habían participado en las dos grabaciones anteriores, estaban predispuestos y tenían una actitud hostil al decirle a Pochy que “¿qué es lo que tú quieres?”. Otra vez, como ya lo había hecho, Pochy tradujo en palabras los sonidos que resonaban en su cabeza y recibió la respuesta de que “eso es imposible”. Los músicos se resistían a romper el patrón tradicional de la salsa y meter de golpe y sopetón un patrón de plena, aquella música boricua de herencia afroespañola. El ritmo “a caballo” que tanto pidió, quedó fuera. Los espacios vacíos donde él agregaría vociferaciones, gritos y refranes, quedaron fuera también. No hubo forma de que arreglistas y músicos le encontraran sentido a lo que él pedía. El ambiente se caldeó, los músicos se oponían, no lograban reproducir ese rasgo distintivo que él solía imprimir a sus creaciones.
La impronta de Pochy parecía imposible de imprimir. Había gastado miles de dólares haciendo los tres arreglos, reservando estudios de grabación, grabando cada instrumento y mezclando. Era 1992, una época en la que no había tecnología para hacer maquetas (prototipos), sólo se podía escuchar la obra después de haber pagado por el resultado final.
Un señor que salía de otra cabina de grabación pasó por el lugar y observó que aquello parecía un conato de rebelión, la frustración se observaba, se escuchaba y hasta se olía en el ambiente. Isidro Infante, quien por allí caminaba, es pianista, compositor, arreglista, productor y director musical boricua; navegante de mares de salsa, merengue, baladas, jazz, entre otros. Se dirigió a Pochy y lo invitó a una cafetería cercana para tratar de entender el motivo de todo aquello y aportar una solución.
"Pide lo que tú quieras", le dijo Isidro mientras dos tazas de café mediaban en la conversación. Antes de comenzar, hundió dos botones en uno de esos objetos de museo que solíamos llamar caseteras portátiles, y comenzó a grabar. Pochy comenzó diciendo “yo quiero ver esta salsa en el Madison Square Garden. Aquí quiero este patrón rítmico de piano, un poquito jíbaro...”; paró, titubeó, miró al techo, buscó con una mirada al vacío las palabras que se habían perdido. "Tranquilo, di todo lo que quieras", insistió Isidro. Pochy continuó: “aquí se detiene la música para que la gente grite: ¡COCO, COCO, COCO!”. Isidro repitió: "está muy bien, dime todo lo que tú quieras, sigue diciendo". Pochy aprovechó para presentarle un éxito que había logrado con su banda, para que lo tomara como referencia: “¡Ay, pero qué calor!”. Poco a poco fue vertiendo sobre la grabadora sus deseos sobre la obra que anhelaba, cual pecador en confesionario. Aquello ocurrió un jueves, al terminar la conversación, Isidro le dijo: "el sábado vamos a grabar".
El día convenido, Pochy escuchó por teléfono lo que habían hecho, le impactó, fue al estudio y dijo: "eso es lo que yo quería". Ramón Rodríguez opinó que era la "primera salsa que veo que termina con un solo de piano", como insistiendo en que una salsa no se hace así y echando a la suerte el éxito de la canción.
Consummatum est! El resultado fue exquisito, los fanáticos la bailaron, se la gozaron y la hicieron un éxito que habrá de quedar vigente por años en los pies de cada bailador, en los oídos de cada melómano y la discoteca de cada coleccionista. Pochy había roto las reglas, demostró que es posible hacer las cosas de forma diferente y lograr resultados novedosos.
Para Pochy, el criterio de aceptación del producto final era que su salsa tuviera una vestidura a la altura del Madison Square Garden, con el potencial de ser coreada por el auditorio y con las innovaciones rítmicas que él visionaba. Para lograrlo, debía ofrecer una propuesta innovadora, debía imprimirle autenticidad, llevar al terreno de la salsa lo que ya le había dado resultado en el merengue. Pero la idea y la intención no eran suficientes para cosechar tal resultado, era necesario materializarlas. Isidro trabajó como todo un Analista de Negocio para lograr precisamente eso.
Sería atrevido decir que las tres primeras versiones no llenaron las expectativas porque Pochy no supo expresar fielmente sus necesidades, pues desconocemos el nivel de detalle con el que se dieron esas conversaciones. Lo que sí sabemos es que él tenía una visión clara de lo que quería, lo cual le dio discernimiento para descartar cualquier propuesta que no encajara en su visión, aunque viniera de músicos de tan alto nivel. Asimismo, tenía el propósito firme de lograr un éxito en salsa que tuviera su estampa, dándole valentía para persistir en la búsqueda del sonido que quería.
Igual de atrevido sería juzgar el trabajo de los tres primeros arreglistas, porque su experiencia en la industria de la música era incuestionable. El mismo Pochy afirmó que sus trabajos estuvieron “bien”, pero no eran lo que él andaba buscando. Ahora bien, con el ánimo de aprender en cabeza ajena, me atrevo a especular que quizás se apoyaron en las experiencias que guardaban en sus macutos y en los cánones de hacer salsa, en vez de arriesgarse a definir un rumbo nuevo, diferente e innovador. O quizás ignoraron de forma inconsciente las necesidades que les expresó Pochy. Es posible que esto le resulte familiar, a veces nuestras mentes nos manipulan para mantenernos acomodados y para protegernos, en vez de dejarnos ir hacia lo desconocido a enfrentar riesgos y aventuras.
Es fácil reconocer la contribución de Isidro Infante en esta historia. Tuvo empatía con sus colegas y la intención de mediar en un conflicto que involucraba a sus colegas, amigos y colaboradores, y al entender el motivo decidió colaborar. Al instante concluyó que sólo podría contribuir si entendía en detalle las expectativas de Pochy. Para lograrlo, preparó el ambiente adecuado al moverse a la cafetería, tuvo la apertura para despojarse de los esquemas preestablecidos sobre cómo se hacían arreglos de salsa, abrió sus sentidos para escuchar activamente lo que Pochy expresaba, captó su frustración, pero sobre todo entendió y registró las necesidades en su casetera portátil. Finalmente, con esos insumos tuvo la valentía de arriesgarse a crear una obra disruptiva. Gracias a las actitudes y competencias de Ramón, Pochy e Isidro disfrutamos de una obra que perdurará en el tuétano del gusto latinoamericano.
Isidro fue ese gran Analista de Negocio que habilitó el cambio hacia la innovación, identificando apropiadamente las necesidades, aportando la solución (no sólo recomendándola) y entregándole a Pochy valor en forma de una grabación con potencial de éxito.
Así fue como Salsa con Coco se convirtió en un caso de Análisis de Negocio.