miércoles, 26 de diciembre de 2018

Cinco chambelanes metidos en un cubo



Transcurrían aquellos años en que el merengue era dorado, cuando la villa Salvaleón de Higüey era un remanso de paz y sólo unos cuantos rompían las reglas. No había Internet, tabletas, celulares ni telecable, pero vivíamos felices y en paz, y no nos dábamos cuenta. A decir verdad, tampoco había luz ni agua y seguíamos siendo felices. Había delincuencia, pero no nos sentíamos amenazados; me cuidaba más del conocido que me pudiera brindar drogas, que de cualquier ladrón de chancletas y tenis.

En esa época, a mis once, ya tomaba tragos y comenzaba a dar pasos de baile. Eran tiempos en que tomar alcohol a esa edad era un acto de hombría en vez de un delito. El Palacio Night Club era el salón, el verdadero salón, el único salón de baile respetable del pueblo. Algunas mujeres valientes eran mis maestras. Mártires se llamaba la vecina que aguantó mis primeros pisotones, mujer de parrandas, cola de motora, experimentada en amores pervertidos y que no barajaba viaje al río siempre que hubiera hombre y pote de por medio. Tengo Miedo era el merengue, el saxo del maestro Andrés de Jesús era el grito de guerra que me ponía de pie, y la voz melodiosa de Alex Bueno emanaba para acompañarme a buscar una víctima de mi mal bailar.

La práctica forjó al aprendiz y de repente me vi en las fiestas de quince años haciendo de chambelán. En el 1985 se asomó la invitación a unos "quinceaños" en la capital, hotel Sheraton. ¿Cómo diría que no si ese se perfilaba como el “quinceaños” de la década en mi pueblo?

Busqué la forma de conseguir la aprobación de mis padres. Y me vi dando viajes en una SICHOPROLA los fines de semana del verano para ensayar en los salones del hotel. La emoción de bandeármelas solo en la capital, a mi edad, con ínfulas de hombre, era únicamente comparable a la de un niño el día antes de Los Reyes Magos.

Un sábado de ensayos, la canción Wild Boys de Duran Duran que escuchaba al vestirme, presagió que ese día sería fuera de liga. Salí perfumado desde la pensión de Nolasca a conquistar la pista de baile. Doña Nolasca acogía en ese entonces a un hermano mayor como inquilino y a mí como visitante. Esa mujer, conocida también como La Llave de Paso y La Voz de la Experiencia, sanjuanera, tocadora de palos, aficionada al Barceló de ñonguita y los túbanos, desempeñó su rol de madre transitoria al despedirme ese día con su expresión distintiva: Dios me le guarde su entrada y su salida. Me atrevería a asegurar que me "tiró" atrás todos los santos de su devoción para que me cuidaran.

Y ahí iba yo, pasando una película en mi mente donde me veía en versión de chico independiente, actitud de James Dean, brazos arqueados al estilo de John Wayne a punto de desenfundar, y porte de villano a lo "Beat It" de Michael Jackson. En mi cabeza resonaban todavía los tambores del intro de Wild Boys.

Quien llegó al salón del hotel fue realmente el pariguayito que iba a ensayar, con todo y la hojarasca que arrastraba desde Higüey. Después de practicar los consabidos Danubio Azul y Compadre Pedro Juan, que ya me los sabía de memoria, un amigo, en un brevísimo instante de lucidez, iluminación y sabiduría dijo las palabras mágicas de aquel día: "vamo a dano' un pote". De una lámpara mágica salieron tres genios que corroboraron, y en un santiamén se encontraba este quinteto de higueyanos en el parqueo de Omar Kayam. Y el ocaso del día nos encontró acompañados de Amaretto, bebida que conocí justo en ese momento. Y se hizo noche cuando nos arrollaron varias botellas de Night Train, a pesar de que el silbato y el traqueteo del tren nos advirtieron a tiempo que el golpe de la locomotora sería contundente.

Ya ajumados, un gran iniciado en los misterios del bajo mundo pronunció aquellas palabras que nos llevarían a otro nivel: "vamo pa' donde Herminia...". En mis adentros suponía que no se trataba de una amiga que nos haría un sancocho, y que tampoco iríamos a rezar el Santo Rosario, me lo confirmó la expresión que seguía: "...a ver mujeres encueras". Mi historial de niño bueno no daba crédito a lo que estaba escuchando, pero movido por el ímpetu de la aventura me convertí en niño explorador y me metí de primero en el carrito rojo de fabricación europea.

Apretados como sardinas enlatadas, estos canillas-largas enfilaron Gómez subiendo en dirección a la Nicolás de Ovando. Vasos en mano y pote bajo el brazo, entre conversaciones de borrachos, sin darme cuenta, llegamos al burdel. Afuera, frituras de medianoche saciaban borrachos, prostitutas, prostituidos, chulos, perros realengos y amantes. Adentro chorreaba el destilado, "arañando" mi garganta como gato que trepaba las paredes de mis entrañas. Tetas iban y nalgas venían sobre cuerpos de diversas formas, dimensiones y apariencias.

Presencié el espectáculo de la noche, que ofrecía actuaciones y mímicas de canciones que hablan de amores, desamores, despechos y puñaladas traperas directas a corazones amargados. Al presentar cada participante, podía escucharse al DJ decir en voz de megáfono algo como: “La Mariluz a la pista, recíbanla con un fuerte aplauso. Repito, La Mariluz a la pista”. Así desfilaron representaciones de Amanda Miguel, Marisela, el Juanga y muchos más de los que en ese mundo denominan “amarga chopas”.

Tenía sentimientos encontrados al saber que pagaba por un espectáculo picante y amargo, cimentado sobre la explotación de las miserias de hombres y mujeres desgraciados, a manos de mercaderes de sexo y morbo. Estaba allí experimentando lo que nunca había vivido, temeroso de que una de ellas quisiera transgredir los límites de mi pudor. En pocas palabras, yo 'taba apretao', pero resistí para defender estoicamente mi honor de hombrecito con bigote incipiente.

De repente, todo se volvió monótono y nos movimos a otro antro, esta vez hacia la zona de amortiguamiento entre Gazcue y la bohemía de la zona colonial, en el malecón. Fuimos específicamente a Mariché, así sonaba el nombre. No se sentía la energía del anterior,  así que nuestro paso se resumió a una cerveza. Otra vez en el carrito rojo del juidero arrancamos para Star Dust, cerca de donde mataron a El Chivo. Era otro ambiente, con otro nivel, parqueo, más amplio, pero con el mismo propósito. Este tampoco era comparable a Herminia en intensidad. Un servicio de refrescos y un pote fueron suficientes para nuestra estadía. Al terminarlo se me acercó el comandante de la tropa para decirme al oído que "vamos a echar un cubo". Mis pensamientos quedaron en algún lugar comprendido entre el limbo y Belén con los pastores, pues no sabía lo que era "echar un cubo"; sin embargo, él me dio por enterado. Comencé a notar la ausencia programada de cada uno de ellos, a ritmo constante, mientras me quedaba como un mojón preguntándome por qué se iban uno a uno sin decir palabra. Fue necesario que el último se devolviera a tocarme al hombro para decirme: cáeme atrás. Mi mente seguía en el mismo lugar aquel que le dije, en babia, y le pregunté qué pasaba, a lo que respondió: nos iremos sin pagar, camina rápido.

No estaba de acuerdo, pero no era momento de hacer preguntas ni de ofrecer resistencia. Nos montamos en bola de humo en el carrito rojo del juidero, dando reversa y un guallón sobre la gravilla. Pusimos frente hacia el kilómetro doce de la autopista Sánchez, a to’ lo que daba el pobre carrito, casi fundiéndose. Los camareros corrieron tras nosotros infructuosamente, pero sus buenos deseos para con nosotros nos llegaban por el aire como si fuéramos cabrones o hijos de puta. Vimos por el vidrio trasero a tres de ellos tomar poses de Juan Marichal y varios peñones acercarse a saltos agigantados, piedras por los aires, arriba, detrás y a los lados, provocando que dijéramos varios "¡Coño, acelera, que nos van a adar!". El pobre carrito rojo del juidero lidiaba forzosamente con el peso de esos cinco cuerpos. El chofer zigzagueaba, tanto por destreza como por la jumeta que llevaba. La última piedra chocó el baúl y todos lanzamos vítores al librarnos de la preocupación de que una nos partiera en veinte.

Ya que estábamos en dirección al kilómetro doce, aprovechamos para detenernos a refrescar la vista en Le Petit Chateau con un espectáculo de nudismo bien producido. Agotados, con los bolsillos rotos y ajumados no era posible estar allí por mucho tiempo. Enfilamos hacia la Zona Universitaria, donde estaba la pensión.

Era la hora en que el alba y la mañana se disputaban su parte del día. Me encontré en el pasillo de la casa con esta mujer usando pañuelo en la cabeza, un túbano que atufaba cual lámpara humeadora, bata blanca, descalza y mirada intimidante, era Doña Nolasca, que hacía la última ronda nocturna de supervisión a su pensión. Cabizbajo, di los buenos días con sentimientos de culpa y caminé lo más rápido que pude para evitar un boche con su respectivo coñazo, como solía hacerlo. Seguí el camino a mi habitación envuelto en la fumarada espesa del tabaco, para abrazarme a la cama hasta las mil de la tarde y terminar así una noche de desenfreno juvenil.

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Tengo miedo, de Andrés de Jesús, canta Alex Bueno: https://youtu.be/A7p3vaOvB34.

Wild Boys, Duran Duran: https://youtu.be/M43wsiNBwmo.

Beat It, Michael Jackson: https://youtu.be/oRdxUFDoQe0.



Compadre Pedro Juan: https://youtu.be/znq2XkuSiic

lunes, 1 de octubre de 2018

El cumpleaños de mi amiga la Profe.



Teníamos muchos cumpleaños pasados e ignorados, no porque no eran importantes sino porque no eran trascendentes como esos que marcan etapas, 15, 20, 30 y esos 40 que marcan de una u otra forma la vida de una persona, no me dijo cuántos son, no me interesa, pero si me dijo que me quería en su fiesta y como la conozco sé que algunas invitaciones son como renovar los votos, si faltaste algo dejaste morir y pasas al Inframundo de los conocidos, a ese círculo público de los amigos, pero no de los hermanos, así lo pensé y le dije, -Claro, allí estaré.

Llego el viernes y pasó lo que temía, la fiesta de cumpleaños de mi amiga la profe no era una reunión de amigos cercanos, era todo un evento en la calle más tranquila del barrio que los viernes y luego de las 5:00 se convierte en una especie de carnaval barrial de pechos brillantes y perfumados, pantalones apretados, pasolas pimpeadas, gorras de los Yanquis, falsificaciones de Conocidos diseñadores, humo de Huka, motor calibrado, carros con música alta, cervezas en mano y salsa, merengue, bachata y mucho reguetón, más del que soportan mis oídos, menos del que quisieran oír los gozosos asistentes a la fiesta de mi amiga la profe.

A mi llegada ella no estaba pero pude distinguir un par de conocidos en una mesa decorada, ellos en su mejor gala, Moreta, Tilapia, Nando, el teniente y un par más, me acerqué y me ofrecieron gentilmente una silla, nos saludamos y antes de que pudiera vocear, no se puede hablar tranquilo en esos lugares, puse sobre la mesa mi regalo, me acomodé entre ellos y unos minutos más tardes un aplauso de todos recibía a mi amiga la profe, entraba por la puerta como siempre, con una brillante sonrisa en su regordete y hoy maquillado rostro, agitando su mano y recibiendo el cariño de todos, la felicidad tiene cara de abrazos y la vi feliz, su alegría crecía con cada abrazo, me levante a saludarle y también le di un abrazo, sincero de hermano y de amigo.

Bachata, salsa, merengue y reguetón, el ciclo se repetía y en un momento no sabía cómo salir del círculo infinito de altos decibeles.
 
Las luces centellearon y una bandeja iluminada con una vela Romana y botellas de Champán llegaron a nuestra mesa, los altavoces sonaban con feliz cumpleaños y el DJ, felicitaba a mi amiga la profe como la tremenda persona que es en su barrio y donde quiera que pise, y le dedicaba una de sus Salsas favoritas, a la mitad la música fue interrumpida por un reguetón y otra bandeja con velas y Wiski pero para la mesa de según ella, “Los Capos”, los aplausos y risas empezaron, luego de que el reguetón fue detenido y otra bandeja con una vela y champán fue a la mesa de mi amiga la profe, La Salsa continuó en el mismo punto, un par de salsas más y la bandeja volvió a la mesa de “Los Capos”, reanudando el reguetón, así pasó un par de veces y el provocativo ritual de demostrar poder continuo un par de veces, mi preocupación aumentaba con cada botella de Champán a la mesa de mi amiga la profe, un par de mesas hacían lo mismo pero noté la competencia con la mesa de “Los Capos” y sensatamente decidí marcharme mi nivel de tolerancia al ruido y a la presión de una posible riña habían sido superada, al levantarme mi amiga la profe me acompañó a mi vehículo para despedirme y le referí el incidente y que gastar en una discoteca para competir con un grupo que se hace llamar “Los Capos” no es nada inteligente. 

Nuevamente mi amiga la Profe me dejo en una pieza, con una carcajada su argumento fue este, -Y de que cuartos tú me hablas, todas esas botellas son un regalo de mi amigo el dueño del bar, esos palomos quieren competir, ellos compran una bandeja en siete mil pesos y mi amigo del bar les tumba su reguetón y me envía una botella a mi mesa para que ellos tengan que comprar otra, en tres botellas mi amigo gasta 600 pesos y ellos gastan veintiún mil, yo los pongo a gastar y mi cumpleaños sale gratis, además dime tu, quien se atreve a meterse conmigo y en mi barrio, yo soy la profe mijo.

domingo, 8 de abril de 2018

También me llamo W...


Por Jesús W. Del Carpio Santana (Chucho)

Desde muy pequeño respondí al nombre de Chucho. Me imagino en la casa de la calle Altagracia #56, en Higüey, reaccionando al grito: “Chucho, desencarámate de ahí, muchacho, que te vas a romper la crisma”.

Al menos seis años debía tener cuando me di cuenta que Chucho era sólo un apodo y que mi nombre verdadero era Jesús Del Carpio. Mi hermano Wellington acostumbraba a  provocarme apuntando con su dedo índice la hebilla de mi correa de cuero con las siglas JC, y me preguntaba: “Chucho, ¿qué dice ahí?”. Muy orgulloso de tener la respuesta, sacaba aire de mis pulmones, lo filtraba a través de la rendija que se hacía entre mi lengua y mi encía, que le faltaban los cuatro peloteros*, y respondía: Jezuzz Carpio.

Lo de Carpio llegó a mí  a través de un hombre de mucha fe, vocación de servicio, capacidad de trabajo y nobles principios, Don Lalo Carpio. Tiempo después supe que me correspondía también llevar el apellido de mi madre: Santana. Con orgullo he llevado la marca y genes de mujer tan trabajadora, de extrema sencillez, correcta, responsable y notable humildad, Doña Bertha. Tener un nombre ya no era tan sencillo como antes, pues  pasaba a ser Jesús Del Carpio Santana, de apodo Chucho.

Ese asunto de cargar cada vez con más nombres se me hizo cuesta arriba cuando, siendo niño aún, tomé conciencia de que había otro más que me identificaba. (Antes de mencionarlo, la grandeza de ese nombre merece que usted instale en su mente el sonido in crescendo, incisivo y taladrante que en la película Psycho acompaña escenas de extremo suspenso -Cui-cui-cui-cui-, escúchelo en https://youtu.be/1Wb6ooCrdHY). Esta otra etiqueta no es nada más y nada menos que: Waldeltrudis. Sí, leyó bien: WAL-DEL-TRU-DIS.

Las reacciones de la gente al escucharlo son variopintas. Cuando mis hijos se enteraron de ese nombre, cayeron en trance, pensativos, les noté la mirada perdida por unos segundos; de repente irrumpieron en  carcajadas constantes, burlonas y estrepitosas que no pararon hasta que les di un boche. ¡Qué amenos son esos muchachos! ¡Cuán sinceros pueden llegar a ser esos niños, eh! (Léase con la sonrisa fingida de quien quiere amablemente “arrancarle” la cabeza a un tiguerito jodòn).

Por años ignoré su origen, y a todo el que lo preguntaba le lanzaba mi coartada: que era de origen alemán y que se pronunciaba “valdeltrudis”. Un invento mío, usted sabe, para salir del atolladero. A mis 24 le puse la mano a Internet por primera vez, y al buscar el nombrecito me quedé esperando la respuesta. Hubo años en los que hice  búsquedas sin éxito, hasta que a mis 42 Google hizo su magia y me entregó una caterva de información.

¡Weee, sorpresa! Los años de incógnita habían llegado a feliz término, y pude finalmente echar a un lado mis teorías de conspiración sobre su origen. Resulta y viene a ser que el Waldeltrudis ese que he llevado a cuestas no es más que el nombre de una abadesa* del siglo 7, pues nació en el año 640 y murió el 9 de abril del 688. O sea, que el día de su muerte es también mi día de nacimiento y mi onomástico. Por si acaso lo está pensando, no tengo evidencia de que mi padre lo haya tomado del “Almanaque Pintoresco de Bristol”.
A la señora se le conocían más nombres que’l carajo: Sainte Waudru (en francés), Sint Waldetrudis o Waltrudis (en holandés), Saint Waltrude (en inglés) y Valdetrudis (en español). Por vainas de la vida me pusieron el holandés y para complicar más la pejiguera, el secretario del Oficial del Estado Civil  le metió una ele (L) en el medio, como si no fuera suficiente agravio el sólo hecho de elegirlo. En vez de escribir Waldetrudis, asentó Waldeltrudis en su libro de actas, quedando yo sentenciado legalmente in saecula saeculorum a sentir la incomodidad de la cosa intolerablemente injusta e irrevocablemente estampada.

Ese 9 de abril del 1971 en que nací fue viernes santo. Razón por la cual Doña Dioselina Soto, a quien frecuentemente compraba leche fresca en mi natal Higüey, solía decirme que moriría de viejo. Según ella, un huevo puesto viernes santo se arruga con el tiempo en vez de podrirse. Me salí del tema, ¡volvamo’ al mambo! O sea, acabo de caer en la cuenta de que mis nombres son doblemente católicos y fúnebres: Jesús por nacer el día que se conmemora la pasión y muerte de Jesucristo, y Waldeltrudis por la muerte de la santa.
Mi enllave la santa es patrona de la ciudad de Mons, provincia Henao, Bélgica, donde formó un convento alrededor del cual creció el pueblo. Incluso, una iglesia medieval en esa ciudad lleva su nombre. Eso me da la sensación de que ante cualquier otra coincidencia con el santoral, pudieron haberme llamado Jesús María (con su basílica en Higüey) o Jesús Mercedes (con su respectiva iglesia en Santo Domingo). También caigo en la cuenta de que me ponen el nombre de la patrona de una ciudad belga y nazco en Higüey, pueblo del que María es la patrona. ¡Entre santas me veo!
A pesar de ser un nombre feo para cualquier latinoamericano, últimamente me está resultando muy útil para diferenciarme de los tantos Jesús Del Carpio que hay en este mundo “internetizado”. Después que agregué la “W” a mi cuenta de correo electrónico, he recibido menos correos de las desesperadas pacientes del doctor peruano “J. Del Carpio", a quienes ya he tenido que declinar unas cuantas solicitudes de papanicolaou, consultas sobre flujos vaginales, dolores pélvicos, descensos genitales, etc.
Además, la etimología del nombrecito puede resultar honorable si se interpreta como “gobierno fiel”, pues “Wald” significa gobierno y “trud” fiel. Mejor no me meto en el tema de gobiernos porque el nombre podría oler a podrido. Prefiero dejar esto donde está y agradecer el haberme topetado con datos que satisficieron una necesidad tan banal como conocer el origen de mi nombre. Tan agradecido estoy, que hasta le cogí cariño al nombrecito.
Jesús WAL-DEL-TRU-DIS Del Carpio Santana, Chucho.
* Glosario

* Abadesa: mujer que desempeña el cargo de "superiora" en una comunidad religiosa cristiana que cuenta con, al menos, doce monjas.

* Pelotero: nombre jocoso que se le da en República Dominicana a los cuatro dientes incisivos superiores, supongo que por compararlos con los cuatro peloteros que están en la primera fila defensiva en los juegos de béisbol.

domingo, 25 de febrero de 2018

#Veneno, una película que si se puede ver.



No soy Nieto de Doña de Tatica pero.... Jack Veneno y toda la cuadra técnica y la cuadra ruda, me acompañaron en gran parte de mi niñez. Ayer Tabare Blanchard y todo el elenco de #Veneno mostraron parte de la historia en la forma que no solo disfrutas, sino que te envuelve, te transporta y sobretodo te lanza por los aires desde la tercera cuerda.
Veneno esta bien lograda, la secuencia de la historia igual, las imágenes y la recreación de los ambientes solo te hace pensar que tenemos muchas historias que contar y si son contadas como lo ha hecho Tabare Blanchard entonces, mis visitas al cine serán mas.
Veneno me encantó, porque a diferencia de las malas películas hechas como los divorcios al vapor, esta se tomo su tiempo, cuidó los detalles y lo mejor de todo, vi caras diferentes de actores de verdad, todos y de forma magistral dieron vida a cada personaje.
Estoy esperando la segunda parte, "El Pueblo Quiere Lucha"
Y a ustedes mis amigos y seguidores, si quieren ir al cine a ver CINE que cuente una historia dominicana, no pierdan la oportunidad de ver en pantalla gigante al campeón de la bolita del mundo lanzándose desde la tercera cuerda en Veneno, ademas de una película, un documento histórico divertido y bien logrado.

sábado, 20 de enero de 2018

Ojivas nucleares caen en el colegio de Padua



Por Jesús W. Del Carpio Santana (Chucho)
Un día de verano entre 1981 y 1984, siendo pre-adolescentes, Elbimbín nos propuso una aventura magnífica a mi amigo Max y a mí, tomar clases de karate. Las películas chinas que veíamos en el matiné dominguero del cine Payán habían creado un mundo fantástico en su mente. Esta vez no se trataba de imitar karatecas, tirar chupones de chinas(*) al salir de la función o cualquier otro juego infantil. ¡NO-JOJO! Esto era cosa de hombres, de otro nivel, él tenía un propósito muy claro, liderar su propio clan de chicos rudos. El buscaba deslumbrar mujeres, hacerlas sus novias forever-and-ever y patearle el trasero a sus pretendientes adolescentes. La idea de mi camarada encontró terreno fértil en Max y en mí cuando habló de convertirnos en héroes y alzarnos con las chicas.

Elbimbín fue ese amigo con quien había llevado a cabo un importante y exitoso proyecto infantil semanas antes. Un día que pasaba frente a su casa me llamó para jugar a ser médicos. El tenía un paciente imaginario a punto de expirar en la sala de emergencia, y necesitaba un médico auxiliar. Cuando llegué, el quirófano ya estaba preparado. Me dijo: "Doctor, tenemos que operar, le inyectaremos anestesia". Tomó un potecito de anestesia de verdad y una jeringa. Vi cómo inyectaba al paciente con precisión galena, a la vez que se aventaba el vientre de aquel ser humano imaginario. "Ahora operaremos, doctor", susurró cubriendo su boca con la mano, logrando un efecto sonoro al estilo de Darth Vader, y se dispuso a abrir con una "yilé" nuevecita el vientre virtualmente humano. Mi imaginación se esfumó al ver cómo se desparramaba una mezcla rojiza de sangre y anestesia, y se exponían a cielo abierto los intestinos de aquella desdichada lagartija víctima del experimento. Elbimbín dijo decepcionado: "Coño, se murió el paciente!". Al difunto se le hicieron honores de héroe nacional y se le dio cristiana sepultura parecido a como lo hubiera hecho el padre Benito, párroco de la iglesia San Dionisio en aquella época: ¡REQUIEM CANTIM PACE...AAAMEEEN!

Max era un muchacho tranquilo, blanquito, mañoso para comer, que comía arroz sólo si tenía “cachú”. Había venido de retirada desde Nueva York y era el bonitillo que las lugareñas decidían besar cuando jugábamos a "el pico de la botella". En las ocasiones que jugábamos pelota de la pared, se le metía un canal de afuera y gritaba para defender a capa y espada alguna jugada que estuvo en los límites de ser "ao". Recuerdo que cuando tenía que dar su brazo a torcer ante un argumento que consideraba injusto en una discusión, solía presagiar su desquite y la desgracia del otro diciendo: “La verdad siempre triunfa”.

La idea de tomar clases de karate surgió porque Elbimbín había fijado especial atención en conquistar una hermosa adolescente que había ido desde Filadelfia hasta Higüey a pasar las vacaciones de verano. Era lozana, delgada, alta, pelo negro, tenía belleza caucásica, pero fecundada en vientre latino. Su acento gringo y frasecitas en spanglish le daban garbo a su personalidad, y las conversaciones en inglés con sus primas producían un dejo exótico que la hacía más atractiva todavía, sacándonos la babita del deseo. Además, olía a esas maletas que vienen de Nueva York; o sea, a jabones, polvos y perfumes de afuera.

Para iniciar nuestra aventura, partimos desde el parque central hacia el barrio Savica, donde averiguaríamos lo de las clases de karate. Llegamos al triángulo, como le decíamos al parquecito del obelisco, zona de tiendas, limpiabotas y fondas. Doblamos a la izquierda en la tienda de Rumaldo, donde solía pasar ratos admirando carritos Hot Wheels. Luego a la derecha en la calle 27 de febrero, donde más tarde abrirían la Heladería Capri. Cuando cruzábamos en medio de la cancha de baloncesto del colegio de Padua, Elbimbín entendió dentro de su sano juicio que debía devolverse a explorar un tanque-zafacón que habíamos dejado atrás. Max y yo, que seguíamos caminando, nos devolvimos ante el grito entusiasmado de nuestro amigo: "¡Jey, muchachos, vengan a ver!". Eran cerca de las dos de la tarde, la apacible hora de siesta de nuestro pueblo estaba a punto de despertar, sudábamos como potricos, había mucho silencio, pocos carros, apenas se escuchaba ese murmullo indescifrable que sale de los colegios cuando los estudiantes están en plena faena.

Me acerqué al tanque y vi tres huevos podridos que coronaban el montón de basura. Elbimbín los vio como ojivas nucleares aptas para lanzamiento, y con una sonrisa macabra que delataba su entusiasmo susurró excitado: "¡Jey, vamo' a tirá esos huevos hueros al colegio de Padua!". Max dio su aprobación inmediata. Yo no estaba seguro de que fuera una buena idea, pero si íbamos a formar un clan para pelear contra adolescentes mayores y quedarnos con sus chicas, esta me parecía una excelente oportunidad para hacer una ceremonia de iniciación al estilo de la gran logia de los Búfalos Mojados de los Picapiedra.

¡Señores, como son las cosas! ¿Quién carajo le susurró a Elbimbín que él tenía que desviar su ruta para ir a meter la cabeza en un zafacón? ¿A buscar qué fue ese muchacho para allá? ¿Usted se imagina esa vaina? No era uno ni dos huevos, eran tres. ¿Por qué había un huevo para cada uno?

Mis recuerdos no me acaban de confirmar si llegué a tirar alguno, pero estaba metido en el lío y mi sola presencia apoyaba la causa: "Todos para uno y uno para todos". Los cañones hicieron sus lanzamientos, la trayectoria de las ojivas dibujaron un arco imaginario perfecto, igual al de los libros de física de bachillerato, para colarse por el hueco que dejaba la ventana superior de madera. Así como solía caer en el canasto un gancho del baloncestista Kareem Abdul-Javar, así mismo cayeron los tres huevos podridos dentro del aula: ¡PLOFFF!

¡...Y SE ARMÓ EL JUIDERO! Patica, ¿pa’ qué te tengo? Arrancamos a mil por hora cual carrito rojo de carrera, doblamos en dos gomas la esquina de la tienda “El Mismo Reguerete” de Tolito, cruzamos frente a la ferretería de don Arnulfo Rolfott como "la jon(*) del diablo". Elbimbín iba delante por la acera oeste. Max y yo nos alternábamos entre la otra acera y la calle, y por más que me esforzaba él iba de segundo y yo de chorra(*). Esquivamos carros, motocicletas, estudiantes vespertinos retrasados, perros viralatas, vendedores ambulantes, paleteras, doñas que barrían sus aceras, también saltamos peñones y contenes a gran velocidad. Nos detuvimos al extenuar nuestros cuerpos, cuando el aliento nos faltaba. El cansancio me obligó a permanecer un buen tiempo encorvado, apoyando las manos sobre las rodillas y mirando el piso. Al levantar la cabeza vi que estábamos lejos del desastre nuclear y cerca del campo de aviación, en una época en que no aterrizaban avionetas, no había polideportivo y tampoco zona franca, sólo maleza.

Nos recuperamos y caminamos confiados, celebrando nuestra fechoría, con nuestra risa de oreja a oreja, a carcajada batiente. Elbimbín y Max se habían quitado el “poloché” para despistar ojos que injustamente los quisieran involucrar en el hecho. En cuanto a mí, el pudor no me permitía exponer partes íntimas de mi cuerpo en plena calle. De la nada salieron cuatro tipos en dos “pasolas” haciendo bulla y gritando: "¡AQUÍ ESTÁN, ESTOS SON, AGÁRRENLOS!". Vi a Elbimbín a veces en cámara lenta y otras en cámara rápida, “dao al diablo” tirando trompadas y patadas al aire tratando de alejarlos. Se parecía a Maximus Decimus Meridius, el de la película El Gladiador, con coraje, desafiante, encabronado, con ojos de felino salvaje acorralado, tenía...“The Eye Of The Tiger”. Pero na’, no le sirvió de na’, lo agarraron igual que a Max y a mí.

Ahí íbamos, Elbimbín poniendo resistencia como cerdo camino al matadero, agarrándose del piso con sus pezuñas lo mejor que podía. Max se “remeneaba” a veces   y yo estaba resignado. Dos centinelas nos agarraban a cada uno, cuales terroristas de máxima seguridad a punto de trapear el piso y quitar todo el "bajo" esparcido por aquel “material radioactivo”, según nos amenazaban. Mucha gente salió de sus casas y otros tantos dejaron sus puestos de trabajo para averiguar. Yo tragaba en seco y estaba a punto de llorar. Rogaba dentro de mí que no apareciera algún conocido que fuera a contarle la fechoría a mi papá, y que ningún compañero del colegio me viera, pues de seguro me hubieran hecho bulin. Gracias a unos estudiantes hacendosos que nos vieron muy bichos, ellos mismos se encargaron de limpiar. Terminamos cargando dos o tres cubetas de agua solamente.

En ese corito sano nunca más se volvió a mencionar la palabra karate ni lo de arrebatar aquella belleza importada. Nuestra siguiente reunión fue quizás para volver a jugar pelota de la pared. Hasta el sol de hoy mantuvimos un pacto de caballeros no verbalizado de callar lo ocurrido, y de ni siquiera conversarlo entre nosotros. :)



*Glosario

Chorra. En el argot de juegos infantiles dominicanos, llamábamos chorra a aquel que le tocaba el último turno. La usábamos junto a la palabra “tras”, que significaba que un turno se ubicaba detrás del primero; o sea, segundo. Al pactar el orden de los turnos antes de comenzar un juego infantil, solíamos decir: “Yo voy primero, tú tras y él es chorra". También se usaba para enumerar el orden en que se llegaba a la meta en una carrera: “Yo llegué de primero, tú tras y él chorra”.

Chupones de china. Hollejos de naranja.

Jon. Se sabe que la frase “la jon del diablo" se usa para enfatizar cuando algo se mueve velozmente. Pero, ¿qué significa “jon”? Mi teoría es que “jon” es la forma escrita en español para referirse al sonido que emiten los vehículos cuando van en alta aceleración. (Imite el sonido de un carro acelerando a ver si se le parece: JON-JON-JON). Por otro lado, según el lenguaje popular dominicano, no hay nada en el cosmos que se atreva a ser mejor que el diablo, ni siquiera un dios, así somos de pintorescos y contradictorios. Por esa razón, cualquier objeto, animal o cosa que se mueva muy rápido es comparado con ese señor. Por ende, la oración “cruzamos frente a la ferretería de don Arnulfo Rolfott como la jon del diablo" significa que si hubiéramos medido nuestra velocidad  (jon), hubiera sido similar a la jon del diablo a su máxima velocidad.

Por Jesús W. Del Carpio Santana (Chucho)