viernes, 29 de diciembre de 2017

El envejecimiento de Rafael Sánchez




Por Leonardo Striddels
Dic. 2017
Conozco a Rafael Sánchez desde el año 2005, desde julio, para ser exactos, y posteriormente a su padre con quien he entablado amistad y a quien llamaremos Sánchez para el beneficio de este relato, hablar con uno y otro confunde mis sentidos al punto que me parece que las últimas ocasiones que me ha tocado verlos me he hecho testigo del singular envejecimiento de Rafa y del especial rejuvenecimiento de Sanchez, en tan poco tiempo, tan sólo en doce años. El envejecimiento es cosa natural de la vida y realmente no sorprende a nadie que Rafa se ponga viejo, pero el tema más ha sido no tanto que se haya puesto todo viejo en doce años, es más que la vejez de Rafa ha hecho que se destaquen sus cualidades más esenciales resaltadas en la juvenil vitalidad de su padre. Así las cosas, las convicciones de Rafa se han vuelto elementales y destacan por su propio carácter. Cuando conocí a Rafa en el 2005 me destacó su manera sencilla y directa de abordar gente y computadoras, sus valores allí, en forma de la foto familiar de sus pequeños Wenibel y Kael; y los atributos de la modernidad en forma del celular y otros pocos gadgets que ya no recuerdo. ¿Pero como ha envejecido?, de una forma que igual parece ha rejuvenecido otra persona, tan diferente y tan parecida que aveces en el disfrute de una conversación mis sentidos me sorprenden identificando si es el uno u el otro, y así hoy en día el celular sigue presente, pero distante, pues ahora la escena la domina una omnipresente máquina de coser, desde donde Sanchez destila una sabiduría concentrada en hilo, agujas, un dedal de bronce y la paciente destreza de quien ha manipulado muchas telas, tanto antier como ayer como hoy mismo. 
 

Sigue enorgullecido de sus hijos, del joven envejeciente Rafael, que es ingeniero y padre de sus dos nietos, y del que por lo general hablamos.  En tan solo doce años la vejez que le ha venido encima a Rafa hace que predomine un caracter honesto, vital, perennemente interesado en la actualidad social y permeado por valores y otros intangibles éticos que buscan la justicia y el bien desde el asiento de madera tras la costurera mecánica.
  

Y es ahí donde me confunden mis sentidos, al ver a ese Rafa de espaldas, entre el uno y el otro, es casi como esos benditos doce años no hubiesen pasado y lo viese concentrado en su escritorio, la vista fija en el laptop con postura algo tensa mientras le bregaba al Windows Server buscando desentrañar sus secretos.
  
Y en tan solo doce años Rafa ha acumulado décadas de sabiduría,  no hay tema de costura, de ropa, de moda que no sepa, sus comentarios sobre esos aspectos triviales de la ropa y las costuras iluminan cada vez más el por qué las prendas de vestir tienen esto y aquello, que antes parecían adornos y ahora resultan ser gadgets de la costura, elementos que una vez demistificados se entiende que están presentes en la ropa porque llevan un cometido interesante en mayor o menor medida.

Yo creo que a Rafa le tomó más de doce años en llegar a ser un excelente conversador, una de las características que más aprecio de él, las primeras exposiciones comenzaron con la experiencia laboral, que en algún momento tocaron una estadía feliz en el Perú, feliz porque tanto disfrute culinario recordado en el paso del tiempo han dejado un deseo -hasta hoy insatisfecho- de hacer turismo culinario por esa tierra en el sur; y si bien ahora nuestras conversaciones ya no tocan temas de comida, sigue entreteniendome con planteamientos que evidencian una vida llena de pasiones, deberes llevados a cabalidad y una lucidez que acrecienta por días, la misma que doce años atrás lo llevó al proyecto e-Nation y que hoy disparan el interés por la actualidad política del mundo: Venezuela, Trump, Catalunya, todos los temas se tocan.  No puedo negar que a veces cedo a mi vicio de orgullo y trato de monopolizar la conversación, Rafa de manera cortés, cordial, me escucha con detenimiento, ilustra mis saberes, y corrige mi ignorancia de forma indirecta, utilizando el relato vivencial y expresando las cosas como realmente fueron y no como las escribieron.  Es posible que desde que Rafa escribió e-Nation al día de hoy su estilo mutó del relato fantástico al mesurado análisis político.

Sánchez, como todo el mundo, ha conocido los sinsabores, No de sus hijos, al principio él pensaba que el pequeño Rafa le iba a salir radiotécnico, pero es uno más de sus motivos de orgullo, es que amén de ser compañero fiel de su esposa en la alegría y la dificultad, también se ha visto amenazado en su integridad física cuando en una intentona criminal unos antisociales que vieron en su cabeza coronada de canas a una víctima fácil perpetraron un ataque persveso en el cual gracias a Dios no sucumbió y su salud sigue buena, para regocijo de su familia y amigos, igual que la de Rafa cuando once años atrás una torpe y negligente guagua Hiundai alevosamente casi le quita la vida.
Y es así que cada sábado, cuando llevo la ropa al negocio de su hijo, busco nutrirme de una amistad que en doce años se me ha brindado con calidez, estima, respeto, entusiasmo y dedicación.

Quisiera envejecer así, aunque doce años sean muy poco tiempo para volverse anciano, como Rafa y joven igual que Sanchez.

viernes, 22 de diciembre de 2017

Empanadillas de cativía en familia



Señores, me dio lo que anda. Alguna de esas esporas de nostalgia que trae la brisa navideña se habrá metido en mí y ha sacado de control mis emociones. Me siento expuesto y con una herida abierta, me declaro en inestabilidad emocional navideña. Los efectos secundarios provocaron que mis pensamientos divagaran por caminos que anduve en mi infancia. Cuando salí de mi trance me encontré a mí mismo salivando por unas, imagínese usted, empanadillas de cativía de las que hacía mi madre. Aquellas que, siendo niño, anhelaba comer desde el preciso momento en que llegaba diciembre.

Les cuento. Las vacaciones escolares decembrinas solían ponerme en hiperactividad absoluta. Mi felicidad se alimentaba con bicicletas, montadas a caballo, correteos por la casa, con el friito matutino, pero sobre todo se alimentaba con la emoción de haber terminado los exámenes y no volver al colegio aunque fuera por tres semanas. ¡Ahhh, cuánta felicidad sentía al dar la espalda a esa rutina! El último timbrazo cerraba el medio año escolar y daba inicio al disfrute de las navidades y los regalos de los reyes magos. Al salir del colegio y pasar frente a la fritura de Doña María de camino a mi casa, me recordaba que pronto llegarían dos festines de la mejor comida del año, uno el 24 y otro el 31 de diciembre.

Aquella burbuja de felicidad se completaba con la presencia de amigos y familiares que llegaban de tierras de ensueño. Me alegraba con saber que algunos amigos vendrían de “los países” y de que mis hermanos mayores vendrían de “la capital”, aquella ciudad que a mi edad era símbolo de progreso y modernidad, donde se hacían los cheques, de edificios altos que no había en Higüey, donde únicamente podía conseguir Hershey’s y Oreos a principios de los años ochenta. ¡Ahhh, la infancia! ¡Qué chulería!

Llegaba el 23 de diciembre, desde temprano sonaba el tilín-clan-clan de calderos y ollas, mi madre repartía instrucciones a cualquiera que le cruzara por el lado: “Chucho: arme la máquina de moler carne. Ivette: póngase en eto’, que hay que hacerle un escabeche a la carne antes del medio día”. Ivette trabajó por muchos años en mi casa, nos vio nacer, crecer, dejó el trabajo y volvió cuando ya éramos hombres. A cualquiera de mis hermanos le decía: “vaya donde Lalo y dígale que mande a buscar las hojuelas”. Si cualquiera de nosotros daba visos de haraganería, ella lo activaba inmediatamente: “Póngase en eto’, que eto’ e’ pa’ hoy”. Los boches se encendían si ella, en su sabia planificación de los quehaceres del hogar, calculaba que terminaría de noche.

Mis hermanos y yo nos turnábamos en la molienda de la carne. Trabajito duro ese, ¡er diache! El techo cobijado de “zinc” disipaba un calor terrible, el sudor corría desde la coronilla de la cabeza hasta aquella parte del cuerpo donde no da el sol. El movimiento monótono de la manigueta cansaba nuestros músculos, obligándonos a alternar entre un brazo y otro.

Llegado el momento de buscar las hojuelas, me aseguraba de estar montado en el vehículo que nos llevaría a la casa de doña Edelmira en el barrio Nazaret. Otro llevaría a cabo el encargo, mi propósito era presenciar por un breve instante el ambiente de ese lugar. Me maravillaba al observar aquel grupo de hombres y mujeres que pelaban, guayaban, secaban, amasaban y cortaban para transformar quintales de yuca en hojuelas de cativía. Los veía como una enorme maquinaria viviente, hecha de herramientas rústicas que funcionaban a base de músculos y perfectamente sincronizada. Doña Edelmira le dedicaba tiempo a todo y a todos para mantener funcionando a toda capacidad esa industria doméstica durante la temporada alta de consumo de empanadillas, diciembre. Ella, usando mandil, paño en la cabeza y luciendo sus características pecas en el rostro, ponía con cuidado 10 pilas de 25 hojuelas en la bandeja de mi mamá, cobraba y volvía a atender cualquiera de sus tantas responsabilidades: responder el teléfono, dirigir la producción, atender al próximo cliente o darle el soberano boche a cualquiera que fuera a comprar hojuelas sin haber reservado con anticipación.

La bandeja de hojuelas, cubierta de un paño impecable, descansaba en el regazo del más fuerte de los mensajeros, para asegurarse de que ese objeto tan preciado llegara a su destino en las mismas condiciones en que se lo entregaron. En ese momento ya solía ser el medio día,  estaban listas la carne y las hojuelas, pero también estaba listo el almuerzo.

Terminado el trajín matutino, el “fregao” del almuerzo y el cafecito post-siesta de mi papá, llegaba el momento adecuado para comenzar la segunda fase de la operación empanadillas. Mi mamá ordenaba a cualquiera de nosotros, con firmeza y en tono jocoso: “vaya a la nevera y tráigame el vino, ¡pero rápido!”. De vuelta a la cocina, regresaba el emisario con una botella de vino Cinzano blanco que había sido comprada con alevosía días antes. El “crack” que sonaba al destapar la botella era el disparo que iniciaba la carrera de las empanadillas. Mientras avanzaba el trabajo, crecían en mí las expectativas del festín. Ella echaba cuidadosamente la carne en la hojuelas, mojaba sus dedos para hacer que el almidón de la yuca formara un engrudo que servía de pegamento natural, jutaba los bordes y los apretaba gentilmente entre sí. Este proceso se repetía cuidadosamente doscientas cincuenta o trescientas veces hasta que se completaba ese mismo número de empanadas rechonchas, cuidándose de que no se abriera el mínimo hueco en aquella “tela de yuca”.

Al mismo tiempo, Ivette comenzaba a freir las primeras de las producción. De vez en cuando se oía alguna empanadilla explotar y regarse el aceite por todas partes, y detrás se escuchaba el lamento de mamá decir: “¡Carajo, se rompió una, sácala del caldero, juuuye!”.  Entre tragos de Cinzano, fritura y explosiones de empanadas transcurría la tarde hasta recién entrada la noche. Por otro lado, mis hermanos y yo llevábamos su respectivo plato de empanadillas a tíos y algunos relacionados. De la misma manera, recibíamos de sus manos algún “cariñito” que ellos enviaban a mis padres, lo cual se convertía en un trueque de afectos y parabienes en forma de comida.

Siempre mis hermanos y yo merodeábamos cerca de la cocina y le “marchábamos” enseguida a las que recién salían del caldero. Cuando yo lo hacía, si no me quemaba la boca por estar de “agallú”, disfrutaba una de las experiencias gastronómicas más trascendentales en mi vida. El humito de la empanada recién frita se metía por la nariz acompañada del olor particular de la cativía, era un olor ligeramente agrio debido al proceso de secado de la yuca. El sonido crocante de la primera mordida destapaba cientos de años de tradición higueyana transformados en sabor, aderezados con la costumbre familiar de los Santana Rodríguez que mi madre heredó de doña Anita, mi abuela. Estaban secas, siempre secas, nunca enchumbadas de aceite, como debe freirse una empanadilla. Con cada mordida se mezclaban los sabores a carne de cerdo, cativía y pasas que se complementaban armoniosamente para producir un placer que terminaba sólo cuando ya me sentía “timbí”.

Amigo lector, por favor, tenga decoro y límpiese la babita que le está saliendo por la comisura de los labios, ya estamos terminando.

Las experiencias con las empanadillas de yuca solían ser diversas dependiendo del momento en que eran comidas. Ya fueran recalentadas en la cena del 24 de diciembre, recalentadas en la mañana y acompañadas de un vaso de leche, o temprano de la noche acompañadas de una taza de té de jengibre bien caliente, siempre fueron un manjar. El trueque familiar me permitía comerlas de diferentes procedencias y no podía evitar compararlas. ¡Claro! Para mí, las de mi mamá siempre ganaban. Me pasaba la navidad envuelto entre múltiples sabores y texturas de empanadillas, llegando al punto de darme casi un choque de sazones.

Las vacaciones se iban desinflando y yo iba bajando mi nivel de exaltación en la misma medida en que se acercaba el toque de timbre del colegio. Terminaba esa época del año con la esperanza de que el próximo pudiera volver a comerlas de nuevo. Caminaba todos los días frente a la fritura de Doña María y, aunque su fritura era muy concurrida, no se equiparaba a la experiencia de una empanadilla de cativía en familia.


La cena de nochebuena, en vez de ser un momento en el tiempo, la veo como un recorrido que suele involucrar la familia extendida, desde el momento mismo en que comienza la planificación. En nuestro caso era un trabajo que se hacía en equipo sin tener conciencia de ello, desde el aporte económico de mi padre, el trabajo duro de mi madre y sus asistentes, hasta la modesta colaboración de sus hijos. Agradezco a mis padres por llevarnos cada año por ese sendero, en especial a mi madre, que se fajaba muy duro para que este batallón de gente que llamamos familia pudiera disfrutar de estos momentos. Fueron vivencias que recordaremos y disfrutaremos mientras ocupemos un espacio en esta tierra.


También importante en los límites de mi familia era la participación activa de Ivette y otras mujeres, quienes fielmente estuvieron a la orden de mi madre para ayudar incondicionalmente en cualquiera de las tareas de la cocina y el hogar en general.

Pongo en perspectiva la fortaleza de esta mujer que llamaban Edelmira, en el barrio Nazaret. Hoy valoro esta señora, al igual que muchas otras, como una micro empresaria de muchas luces: productora, comerciante, capataz, líder, madre y muchos roles más. Mujer de una fortaleza admirable que tenía que empantalonarse para dirigir una legión de hombres y mujeres que le ayudaban a cumplir compromisos durante todo un año, especialmente en diciembre.

Igualmente reconozco el inmenso valor de Julia Donastorg (María Guayando), con su puesto de fritura en la esquina que llamábamos “la esquina de Pipo Roca”. Tanto así que sirvió de inspiración a Los Hermanos Rosario para componer la canción María y de ejemplo de trabajo a muchos. Su vida se desarrolló en forma de un ciclo de trabajo contínuo que le permitió sacar hacia adelante su familia: guayar y guisar para freir, vender, cobrar y volver a repetir el ciclo diariamente.

Estas mujeres, desde sus diferentes roles en la sociedad, han contribuido a mantener la tradición de las empanadillas de cativía. ¡Mi respeto y admiración para ellas!

Por Jesús W. Del Carpio Santana (Chucho)

viernes, 15 de diciembre de 2017

El Cuento inconcluso



Cazar mariposas no era lo que hacíamos, las exterminábamos con nuestras varas, nos metíamos en el matorral del gran patio y sólo bastaba dar vueltas con las varas en las manos, no nos importaban las mariposas que caían al suelo, sólo queríamos derribar las que volaban, era una diversión cruel que reflejaba el aburrimiento perpetuo de los mocosos que no tienen mucho que hacer o tal vez era un grito muy alto que decía: necesitamos otra cosa que hacer. Sí, era eso, pero no nos entendían o mejor dicho, no nos escuchaban.

Las casas del patio eran una especie caserío en donde una familia vivía en cada división, las casas constaban de una sola una habitación y una cocina, que a veces era una segunda habitación, al igual que todas daban al gran patio donde exterminábamos mariposas. La casa de  Julito el mecánico, estaba justamente en la entrada izquierda frente a la parte trasera del colmado. Julito, era un gigante tan fuerte y tan grande que una vez lo vi sostener a su mujer de pie sobre su mano como el que equilibra un trompo, ella era una mujer pequeña de pelo negro y corto, al contrario de lo que me dice mi madre no la recuerdo bonita, más bien la recuerdo embarazada, con una bata azul hasta los tobillos y sacándole capas al Goliat de su marido en una tarde amarilla.

Al lado de la casa de Julito, vivían “las que viven ahí”, anónimas, indiferentes y distantes, para mí no existían ni siquiera las recuerdo como a la mujer de Julito el mecánico. Al final del patio había una casa totalmente diferente a las demás, era la casa del viejo de la escoba, bastaba que se abriera esa puerta y el patio estaba instantáneamente libre de niños,  aunque nunca supimos quién era en realidad el viejo de la escoba muy pocas veces vimos la puerta abierta.

A quién recuerdo bien es a Dulce, una mujer con cara de maestra de “Kínder Gato”, con la voz como su nombre, a veces nos miraba mientras jugábamos en el patio donde exterminábamos mariposas, y se reía, nos decía cualquier cosa de las que las personas dulces le dicen a un niño y entraba a su casa llena de cosas bonitas como un mueble rojo en medio de la sala; una radio de consola; un florero de cristal; un cuadro de una niña regordeta de rizos dorados y desnuda, que se contaba los dedos del pie sobre un prado; cortinas en la pared, una alfombra verde sobre un piso de cemento amarillo que hacia un contraste con la lámpara de yeso sobre la mesita y otras tantas cosas que me parecían diferentes a todas las otras casas a la que había visitado.

Un día en la tarde, cuando ella llegaba, estábamos jugando los amiguitos Cesarín, Sophia y Mariel –la hija de la mujer gorda que vivía al frente–, Dulce traía sus manos ocupadas con un paraguas, una bolsa y algo que me pareció un álbum de fotos, nos pidió ayuda con la bolsa y yo encantado la ayudé, Cesarin con el paraguas y Mariel con el álbum de fotos, cuando abrió la puerta de su casa nos invitó a pasar, en un instante estábamos todos en la sala de su casa, tranquilitos y escuchando un cuento que ella nos empezó a leer. Era la primera vez que me leían un cuento, mi madre me los contaba, me enseñaba cosas, jugaba a los soldaditos conmigo, hasta me encampanó muchas chichiguas al punto de dejar quemar las habichuelas en más de una ocasión, pero esa era la primera vez que me leían un cuento, no recuerdo el cuento, ya ni recuerdo su voz, sólo recuerdo la expresión de su cara cuando Frank el papá de Dulce llegó, mucho tiempo después supe que no era el papá de Dulce, Frank, era un hombre barrigón y silencioso que siempre vestía de saco, creo que todo el mundo lo conocía pero nadie lo saludaba. Frank, solo iba algunos días en la tarde y uno que otro día de esos festivos, para mí eran los que no había escuela, en los que la gente no trabajaba.

A su entrada Dulce cambió, su voz dejó de sonar relajada y libre, al ver su rostro su expresión rompió la magia del cuento. Culpa de Frank, lo miró y este caminó sin decir nada hacia la cocina que se veía desde la sala, ella cerró el libro y nos dijo que nos haría el cuento luego.


Es increíble lo elocuente que son los ojos, los gestos, los cambios en los tonos de voz, todos nos levantamos en silencio y nos fuimos,  Dulce se quedó con su “Papá”, por lo menos eso creía yo, la puerta se cerro y luego de un largo rato se abrió; Frank se fue dejando a una mujer usada; a una amante sola, vacía y sin algún niño que juegue con los vecinitos a los que ella no les terminó el cuento.

sábado, 28 de octubre de 2017

Tienen el mismo derecho que todos

Entiendo que la cancilleria de la Republica Dominicana emita este comunicado en nombre del gobienrno, por no en nombre del pueblo dominicano que nunca ha tenido los anhelos anexionistas que siempre han tenido muchos politicos desde antes de conformarse nuestra nación, nunca como pueblo hemos servido a intereses particulares como los que hoy prevalecen y no reconocen el derecho de todo pueblo a forjar su accionar, destino y manejar sus recursos como quieren hacer hoy los catalanes.
Ya vimos por las redes la intransigencia en contra del derecho a opinar, decidir y de forma pacifica llegar a un acuerdo, que es lo que han tenido que hacer desde hace mucho tiempo.
Lo mismo para todos los paises que lograron su independencia y hoy se suman al funesto circo de darle la espalda a un principio por el cual lucharon


sábado, 21 de octubre de 2017

El Primo Nuevo Parte II

Despues de ponerle las cosas claras al primo, me dijo que no me preocupe y lo volví a ver como a las tres semanas que llegó con todo nuevo, zapatos, camisa, pantalón y perfume. !digame primo!, me dijo. Yo ni me acordaba de lo ultimo que habíamos hablado y le dije digame usted primo, en ese mismo momento recordé,  me hice el loco y le pregunté, Primo consiguió un trabajo?.

--No Primo, se acuerda de la gringa que le hablé,
---ah!!! si digame.

Cambiado a modo tu, me dijo, --Primo esa gringa es una "rabandola", termino que yo conozco pero no uso, con una risita maliciosa le pregunté, y que pasó primo?,  pero tu estabas enamorado, Enamorado de qué, esa mujer me secuestró tres días en un resort y el ultimo día estábamos de lo mas acaramelados y me dijo que ella se queria quedar a vivir aquí conmigo, haciendo señas primo, porque casi no habla español, --anjá solo dije, sabiendo lo que venia.

Primo y como me hago yo con una mujer aquí si ni siquiera puedo mantenerme yo, ademas primo, una mujer de casi 50 años, gorda y pobre, como me hago, me desaparecí.

En ese momento me di cuenta, de lo que es capaz un pobre diablo por una residencia americana.

Primera Parte

domingo, 14 de mayo de 2017

¿Qué hubiera pasado...?

Cuento de Jesús W. Del Carpio S.  Agosto 2004


- “No. No hay loto, ni lotería, ni apueta’ depoltiva’, ni loto-cuí, ni, ni, ni, ni, ni............”, le respondió la dueña del colmado a Manuel con su español machacado, de forma agresiva y con el ceño fruncido, cuando este le pidió una jugada de loto. Por un par de segundos la señora se quedó en silencio buscando en su mente una forma de descargar su rabia y continuó con su letanía.

- “Ni, ni, ni la gallinita ponedora, ni la vaquita lechera, ni la viejita belén, ni el papelito de la suerte. En ete’ paí’ dede’ que mea un chivo na’ silve’, ya he peldío’ como dié venta de loto porque cayó un aguacero y ahora ni lu’ hay. ¡Toy jarta!”. Una bachata se escuchaba en un radio de baterías destartalado: “Penaaa, es lo que siento en mi aaalma…”.

Mientras el lanzallamas de la señora se manifestaba, Manuel leía un letrero: “Esta banca opera con servicio telefónico de Anyfone”. Ignoró lo visto y oído, y se dispuso a disfrutar el refresco que pidió al llegar al colmado. La Nuez de Adán subía y bajaba al ritmo marcado por cada trago de soda que bajaba por su garganta, y tras de sí se escuchaba el tradicional sonido gutural: “glup, glup, glup.....”.

Cabeza inclinada hacia atrás, con gotas que rodaban por su piel para formar hilos de sudor, bajo un techo de zinc que le cocía hasta los pensamientos, Manuel tragaba incesantemente creyendo que con ello desaparecerían los 35 grados celcius de temperatura y humedad abrazantes que se sintieron después de un aguacero bajo sol de verano.

Cuando se tomó la última gota emitió un “ahhh” de satisfacción, pero la señora le interrumpió su éxtasis: “Señol, señol: su celulal ta’ sonando”.

- “Aló”, dijo Manuel al contestar el teléfono. Escuchó la voz desesperada de su esposa Mariela que dijo: - “MANUEL, JUYE Y TRÁEME LA BOMBITA DE MASIEL, QUE LE ENTRÓ UN ATAQUE DE ASMA”.

De esta forma comenzó la tarde del primer sábado que Manuel tuvo libre en el trabajo desde hace mucho tiempo. No pensó, no preguntó, sólo reaccionó y contestó: -  “Toy saliendo”.

Tiró en el mostrador un billete del cual no le importó la denominación, y la botella, que bailoteó de forma cadenciosa y sugerente teniendo el equilibrio exacto para no caerse. Todo el que vió una camioneta roja arrancar del frente del “Mini-colmado La Esperanza” pensó que llevaba el diablo: las gomas chillaron, el “mofle” lanzó su mejor copazo en años, el motor rugió como si quisiera despegarse del chasis. La camioneta le devolvió a Manuel con potencia cada peso que pagó por ella.

Mientras iba avanzando no sintió el cargo de conciencia de cruzar un semáforo en rojo porque nunca encontró a su paso uno con energía; las gomas surcaron los charcos de agua que se formaron en la avenida principal debido a un aguacero relativamente corto, pero copioso. En algún momento escuchó vagamente voces que al unísono vociferaron “HIJUE LA GRAN PUTA” cuando una goma cayó en un hoyo y empapó de agua sucia a un grupo de estudiantes de politécnico.

Al llegar al edificio donde vivía no estacionó, se detuvo en el lugar más cercano a la puerta. Broncodilatador en mano, corrió despavorido a través del pasillo que lleva a la escalera. Su dedicación al baloncesto no le sirvió para llegar a ser selección nacional, pero le ayudó a subir de tres en tres los escalones.

Mientras tanto, Mariela dejó en cuna a su hijo recién nacido y bajó con la niña para encontrarse con su esposo en el descanso del segundo piso. Masiel respiraba forzosa y agitadamente, su temperatura aumentaba, su tez se había tornado rojiza. Un silbido aterrador acompañaba cada inhalación como viento huracanado que se filtra entre las hendijas de una ventana. El pié izquierdo de la niña desprendió el celular de la cintura de Manuel hasta caer al piso.

- “Uno, dos y tres”. Manuel contaba la dosis exacta mientras le insuflabla el contenido del frasco.

Como si fuera una cuenta milagrosa, sus bronquios se despejaron, el oxígeno fluyó, la tensión disminuyó, Masiel recobró fuerzas para abrazar a su padre y derramar algunas lágrimas. De esa misma manera se le flojaron las coyunturas a los más grandes, se desplomaron en el piso y empezó a llorar la madre.

- “En sus siete años de vida nunca nos había pasado”, dijo la madre. “¿Cómo lo olvidamos en el vehículo?”, dijo el padre.

Tratando de aligerar el aura que imperaba en ese pequeño espacio, Manuel respondió de forma jocosa, entrecortada por el cansancio y respirando profundamente: “eso pasa hasta en las mejores familias”. De esa misma forma agregó: “quizás no nos saquemos el loto, pero retuvimos un gran tesoro”.

Manuel extendió una mano temblorosa, con fuerzas apenas para levantar el teléfono. Mientras miraba el aparato con la vista perdida, pensó en los escasos minutos que transcurrieron desde que salió del colmado. Se preguntó en voz alta: - ¿Qué hubiera pasado si la llamada se hubiera encharcado igual que el agua en las calles? ¿Y si se le hubiera ido la luz a la telefónica como se fue en los semáforos? ¿Y si la línea no hubiera funcionado como en aquel colmado?

lunes, 1 de mayo de 2017

REPRENDE A SATANAS, REPRENDELO

Guillermo  estaba harto de la bulla de la iglesia, pensaba que se volvería loco y después del ultimo encontronazo con el pastor no quería ir nuevamente a decirles que le dieran menos duro a los panderos, estaba ansioso de que si Dios existía en verdad haga algo para que él no siguiera escuchando el nombre de Satanás cada tres minutos por las bocinas.

Sus pensamientos eran interrumpidos por un REPRENDE A SATANAS, REPRENDELO, intentaba ver el juego del Licey contra las Águilas Cibaeñas y justo cuando debió escuchar ese sonido inconfundible del Home Run cuando el bate golpea la bola, solo escuchó REPRENDE A SATANAS, REPRENDELO, y su televisor se apagó, se fue la luz y por unos segundos dio gracias Dios, un silencio general se apoderó del barrio, la iglesia se quedó en silencio y por alguna razón desconocida, empezó a hacer más calor.

No pasaron treinta segundos y la planta del colmado inició con el desconsiderado ruido para todo el barrio, exactamente a los treinta segundos más, al mismo tiempo que Guillermo encendía su radito para seguir el juego, la voz del pastor al igual que el ruido de la planta se escuchó fuete decir; REPRENDE A SATANAS, REPRENDELO, ENCIENDAN LAS LAMPARAS HERMANOS, SATANAS NO NOS QUIERE CONGREGADOS, PERO NO LO LOGRARA, ENCIENDAN LAS LAMPARAS DE GAS, REPRENDE A SATANAS, REPRENDELO.


Empezó una gran algarabía al ritmo de "Ríos de Agua Viva", los ojos de Guillermo se encendieron en fuego del infierno y subió el radio un poco más, Las Águilas perdían por tres y él sufría, no había abanico, la planta sonaba en la esquina del colmado con más fuerza que hacia un rato, REPRENDE A SATANAS, REPRENDELO, se volvió a escuchar al mismo tiempo que cerraba la última parte de la novena entrada y su equipo seguía perdiendo. REPRENDE A SATANAS, REPRENDELO, nuevamente, REPRENDE A SATANAS, REPRENDELO, REPRENDE A SATANAS, REPRENDELO, REPRENDE A SATANAS, REPRENDELO, fuego, fuego, fuego, Guillermo solo esperaba el batazo para ir a la entrada extra, REPRENDE A SATANAS, REPRENDELO, fuego, fuego fuegoooooooooooooooooooooo, ese último fuego llamó la atención de Guillermo y se levantó para ir a decir frente a la iglesia que no lo jodan más, cuando se paró en la puerta de su casa con calor y harto de escuchar REPRENDE A SATANAS, REPRENDELO, vio como el infierno salía por las puertas de la iglesia, estaba encendida completa, y todos los hermanos fuera, gritando y buscando la manera de apagar el infierno, las lámparas de Gas, desataron a Satanás dentro de la iglesia, Guillermo miró hacia el cielo y se sintió culpable, se dio cuenta que cuando pides con mucha fe, cualquier cosa puede pasar.


domingo, 30 de abril de 2017

El Nuevo Negocio de mi Amiga La Profe.



-¡Pero bueno!, así me dijo con su característica sonrisa sincera dibujada en su regordete rostro, tu sabes, estábamos perdidos, le dije haciéndole saber que también noté su ausencia, es que tengo cosas nuevas en mi vida, así me entró el año, a ver si levanto cabeza; me dijo al mismo tiempo que sacaba la silla Plástica para acomodarnos y ponernos al día,  hablamos varios temas, mientras una muchacha en “Tubi”, nos trajo la acostumbrada cerveza. Le conté sobre mi último viaje a las Terrenas y me dijo que nunca ha ido por esos lados, le pregunté por qué estaba perdida y así empezó su historia: - Estoy cansada de lo mismo y voy a inventar este año con un negocio, ¿otro más? la interrumpí, si pero este es mejor, se embroma mas pero los chelitos están seguros, me dio curiosidad y le pedí detalles.

Mi hermana, se dejó del marido y está sola en su casa, cuando salgo de la escuela voy a su casa y estoy haciendo una sala de tarea, es casi la misma vaina que la escuela pero me entran unos chelitos, la mayoría de los que van a la sala de tarea son chamaquitos de gente con cuarto. ¿ y como es que es igual que la escuela?, seguí interrogando, si ombe, aparecen carajitos tranquilos y otros que son el mismo diablo, pero uno los amenaza con decirle a la mamá y se tranquilizan, aunque hay algunos que uno le va cogiendo cariño, ¿ah sí?, le interrumpí y volví a preguntar ¿cómo así?, sí,  hay algunos que a veces tú piensas que te lo tiran allá para salir de ellos, hay uno que se llama Marcelo que jode más que el diablo y casi le doy un pellizco para tranquilizarlo, pero me miró con su carita y me dijo que le leyera un cuento, cerré mi boca cuando noté que se quedó mirándome,  porque francamente no imaginaba a mi amiga la profe leyéndole un cuento a un carajito y mucho menos jodón, no te creas casi se lo leo, me aclaró al ver mi sorpresa y entendí que el pobre Marcelo se quedó sin cuento ese día.

Hay una niña que se llama Úrsula, que maldito nombre para una niña, con tantos nombres modernos, dijo mi amiga, pero la mamá es como loca,  siguió diciéndome, tiene que haberse hecho cirugías porque parece una muñeca, pero la Úrsula es gordita, así como yo, pensé a mis adentros, Úrsula es obesa, y así hay otros cuantos más prosiguió, Luis, que se cree el profesor y Carlitos, un pendejito que llora por todo, me acuerda a ti,  me dijo al mismo tiempo que se reía y me tocaba el brazo casi haciéndome botar la cerveza, no me hizo gracia pero no se lo hice saber, y otros tres más que no me acuerdo bien los nombres uno llegó ayer hasta con chofer y dos llegaron hoy, tengo seis niños y por cada uno me pagan bien,  en dos o tres horas gano más que en una tanda de la escuela y son menos muchachos que en un aula, los carajitos me dicen tía, oye esa vaina, riendo nuevamente, dizque yo tía de esos diablitos.


Sí, pero a ti como que te gusta eso, SI me gusta, me respondió rápido, espero que haya sido con toda su sinceridad, me gusta y no sé porque, hay momentos buenos pero voy a ver en que termina esto porque de verdad te lo digo, si el tal Marcelo sigue jodiendo o le doy su pellizco y que se lo lleve su mamá o que se corrija, yo enseño, pero no crio.

sábado, 22 de abril de 2017

Una relación mecánica


Corría el año 2000 cuando empezó nuestra relación, como todo hombre enamorado no tomé en cuenta su pasado y solo pensé en todo lo que podíamos vivir a partir de que fuera mía, Si, eso parece que es lo que pensé cuando compré mi guagua, Hyundai Elantra del 1998, sus curvas aun resultaban atractivas para todos los conductores, el perfume del hule todavía se sentía como nuevo y el tablero totalmente iluminado, de un ámbar diferente al aburrido verde de los modelos más viejos la hacían ver una chica moderna con promesas de lucirla frente a los demás.

Los meses pasaron y fue acogida por la familia como un miembro más, ella estuvo en los mejores momentos de nuestras vidas y junto a ella disfrutamos de paseos inolvidables, pero como todo en la vida cansa, parece que la rutina de familia la aburrió, se convirtió en una compañera silenciosa e interesada que solo se hacía sentir para hacerme pasar malos ratos, gastar dinero o avergonzarme delante de cualquiera, al punto que con los años nuestra relación se consolidó en una cadena de eventos que hoy les voy a contar alegre de que sean cosas del pasado.

Dicen que la vida está en todas partes y parece que es muy cierto porque nunca pensé que un vehículo pudiera tener vida, personalidad y hasta sentimientos, los peores por cierto, pensaran que estoy loco pero por favor solo júzguenme después de leer lo que a continuación les voy a contar.

Luego de varios años, La Guagua, como le decíamos, empezó exigir mimos extremadamente costosos, no como los caros mimos de punta de eje que exigen todas, no, ella exigía revisiones periódicas en la “Casa”, siempre con facturas para mi presupuesto abusivas, su primer capricho fue convencerme de un cambio de identidad, parece que no le gustaba su color porque le recordaba su pasado, vehículo de taxi turístico, y llegamos a practicarle la complicada cirugía de cambio de color, de un beige a un rojo mamacita que la hacía sentir el centro de todas las miradas, su capricho afectó mi presupuesto, pero todos estábamos felices, eso creía yo, ella quería más, quería mi vida, mi sangre, mi sacrificio y sobretodo, todos mis ingresos, nunca fallaba la muy desgraciada en dañarse cada vez que sabía que tenía dinero y nunca se le dañaba algo sencillo, la muy interesada encontraba las maneras más creativas de hacerme perder dinero, los Coils que son para las guaguas lo que serían los ovarios para las mujeres, se le dañaban, siempre tenía una mancha de cualquiera de sus fluidos, no se podía excitar mucho porque se calentaba a niveles muy peligrosos y por alguna razón que aún no puedo entender parece que adoraba el calor, pero en los tiempos de calor ya que siempre para los meses más calurosos se le dañaba el aire acondicionado a la muy hija de puta.

Nunca le escondí mi estatus, a la primera mujer que le presenté fue a mi esposa, pero estoy seguro que a La Guagua no le simpatizó nunca mi mujer, luego de un tiempo empezaron las crisis de celos sin razón y no había posibilidad de que pudiéramos salir los tres sin que La Guagua no me hiciera una escena a medio camino, se dañaba, se apagaba, le daba frio y apagaba el aire no importa el calor que hiciera y llegó a poner la relación con mi esposa en riesgo más de una vez, solo yo sé lo que se siente, créanme.

Así pasaron varios años y la Guagua cada día mas desconsiderada con todos, no importa si yo le daba sus mimos de Spa, mantenimiento, lavados de interior, cambios de aceite, filtro, revisión de kilometraje, nada la mantenía contenta, siempre quería más, más y más al punto que empezamos una relación de ofensas mutuas, ella me dejaba, yo no la lavaba, ella dañaba una pieza yo la insultaba, ella se apagaba, yo le decía cualquier clase de palabras que si francamente se la dijera a una mujer, estaría ahora mismo en la carcel de la Victoria al lado de Omega por violencia de genero.

Así las cosas, un día de trabajo cualquiera de esos tantos que tenemos los informáticos, mi Guagua, esa chica mala, llegó al punto de no retorno que se llega en cualquier relación y no de la manera convencional con el ya gastado fallo de frenos, dejar el acelerador fijo o romper la correa de distribución a alta velocidad en una carretera, no, todo eso lo había hecho, no para matarme sino para joder, pero ese día sus intenciones fueron claras, quería salir de mi de una vez y por todas e intentó asesinarme. Llegaba yo tarde en la noche de una trabajo que solo se podía hacer luego de horario laboral y terminamos como a las 2:23 AM, el tiempo que me tomó llegar hasta la marquesina de mi casa fueron aproximadamente 22 minutos y ya frente a la puerta de mi marquesina que era de doble hoja, me detuve en frente para abrirla, entrar La Guagua y luego cerrarla, todos dormían en mi casa, la calle estaba naturalmente solitaria y el silencio me daba a entender que no había luz, entro la Guagua y en medio del tremendo cansancio del final del día, toco la palanca de cambio para ponerla en Parking, cuando salgo la Guagua y me dirijo a la puerta de la marquesina para cerrarla de espalda a la Guagua, instintivamente miré hacia atrás y ahí venia ella de reversa silenciosa y decidida a pasarme por encima, aplastarme en medio de la oscuridad de la noche sin testigos y acabar con mi vida, mi cuerpo reaccionó y de un salto me quité de su camino, ella golpeo la puerta de la marquesina a medio cerrar y solo se detuvo cuando dio al contén de la otra acera, por un instante miré sus faroles y sentí realmente que esa maldita me quería matar, cerré mi puño y lo levanté en frente de mi cara y le dije, te voy a vender hija de puta, hasta hoy llegamos.

Ya estaba todo decido y empecé lo que sería como el divorcio, publicación, búsqueda de acto de venta y ponerle en el cristal el SE VENDE, a las malas, todo el mundo las quiere, no pasó mucho tiempo en que aparecieron compradores a los cuales les fui sincero y finalmente el indicado, un tipo que conocía ese tipo de “Dama”, accedí a todas las rebajas que pidió y finalmente el feliz día, la venta se materializó y todo el divorcio se consumó con el cambio de matrícula en Plan Piloto.

Luego de varias semanas el nuevo dueño fue a buscar la matrícula y me dijo, cosa que no me interesaba

“Oye, esa guagua está nítida, desde que la compré le he dado rueda, fui a San Juan, a Azua y hasta a una playa en Bávaro, consume poco y se siente muy bien de motor, transmisión y el Aire está nítido”.



Lo miré fijamente y sentí un alivió, entendí que ella lo que quería era un tiguere que le dé rueda, vivir una vida desenfrenada y que mi aburrida rutina la tenía harta, larga vida Guagua, pero espero no verte nunca más.

martes, 31 de enero de 2017

Lágrimas de mi amiga La Profe



Si, volví al barrio y a diferencia de siempre, la calle estaba vacía, no me extrañó, ya la he visto así otras veces, mi amiga la Profe como siempre sentada en una silla plástica, me vio llegar y con su eterna sonrisa sincera en su regordete rostro, levantó su mano izquierda y la agitó para llamar mi atención, fui hasta allá y me dijo, -Siéntate, se paró de la silla plástica y sacó la otra silla que estaba dentro de la que ocupaba, nunca le rechazo tal ofrecimiento, la conozco.




-Oye, me dijo para que le preste toda la atención, Y tu amigo el "tecato", la miré fijamente, sabemos de quien hablaba. -Igualito, le dije, no sabe ni quién es y ahora anda por las calles, la otra vez le compré un pica pollo, me dijo que él está harto de comida, que le dé cuarto. -Oye eso, yo la otra vez también lo vi, y me partió el alma, nos miramos a los ojos, y desde ese día no he podido pasar bocado, no por el asco, sino por la pena.

¿Y que tú piensas hacer con tu hermano?, -le pregunté a quema ropa-, miró para todo los lados y por primera vez, su rostro se manchó de una gran tristeza, por sus mejillas abundantes, bajaron dos grandes lágrimas que detuvo cerrando fuertemente sus ojos y tomando aire, cuando se incorporó me dijo:

- Es verdad que la sangre pesa más que todo, pero yo lo voy a dejar, si no lo dejo, me arrastra con él, acabó con Mami, con Papi y con su familia, ese pendejo no va a acabar conmigo.

Yo que sé lo que ella ha vivido, no la juzgo ni la culpo.